El bastón igual sirve para simbolizar el poder -lo cual ya sucedía en el Egipto faraónico- que como logotipo de los asientos reservados en los autobuses urbanos a viejos e impedidos. Pero el bastón es, ante todo, el báculo para peregrinar por la edad postrera. Esto se corroboró el mes pasado al verlo --fotografía que, en los periódicos de papel e internet, ha dado la vuelta al mundo- en manos de la monarca del Reino Unido, miembro de una dinastía de longevos que, irremediablemente, terminan llevando bastón.

La nonagenaria Isabel, sin abandonar su tradicional indumentaria, ha reaparecido en público caminando con la ayuda de un real bastón necesario. Y es que a los ancianos, sin distinción de clase, acaba llegándonos la hora del bastón que, al usarlo los primeros días, produce cierta extrañeza pero que enseguida se convierte, por efecto de los deterioros corporales, en un instrumento imprescindible para caminar más seguros.

El bastón, en manos de la Corona británica, nos ha recordado que dicho utensilio tuvo, a lo largo de la historia, varios usos y significados. Renglones arriba dijimos que el bastón era el distintivo de que los soberanos egipcios, antes de reposar en pirámides, fueron omnipotentes. Un simbolismo perdurable pues, en pleno siglo XXI, todavía hay alcaldes que, al tomar posesión del cargo, explicitan su poderío municipal empuñando un bastón enjaezado con cordones y borlitas.

En la época del romanticismo tenía mucha importancia el bastón. Los días que las damas acomodadas de la Europa mediterránea practicaban el chichisbeo, sus galantes caballeros iban con chistera, botines y el imprescindible bastón con empuñadura de plata. El auge de esos bastones, manifestadores de la elegancia, fue perdiendo boga aunque, en el siglo pasado, el bastón aún era utilizado para decorar e identificar a las celebridades. Así fue, junto con el bigote puntiagudo y el decir histriónico, el bastón surrealista del pintor Salvador Dalí; y, también, el perenne bastón del escritor Antonio Gala -regalo, según confesó, de la madre del torero Manolete-, aunque él, siempre buscando el ingenio de las frases, asegurase que no llevaba bastón por estética sino por estática. Como ahora la reina anglicana.

En tiempos de dandis, figurones de tres al cuarto y pisaverdes con bastones, las clases populares solían llevar garrota en vez de bastón que, en algún momento, como delata la famosa pintura de Goya, servía a los representantes de las dos Españas para dirimir las contiendas a garrotazos, o bastonazos como los que dejaron manco a Valle Inclán tras una reyerta en un café de Madrid. Al mismo tiempo, la gitanería que acudía a las ferias de ganado con garrota, en la vida diaria solía sustituirla por una vara de mimbre como la que, según el romance de García Lorca, llevaba Antoñito el Camborio cuando, andando despacio y garboso, fue a Sevilla a ver los toros.

Pero en la actualidad, el bastón es, primordialmente, como ha difundido el retrato de la reina de los ingleses, el nuncio, el mensajero, el heraldo de la plena vejez, cuyas decadencias irreparables, para ser políticamente correctos, nos empeñamos en camuflarlas con eufemismos, paños calientes, medias verdades y cuentos de hadas. La vejez es la vejez y no se la salta un torero.

No obstante lo anterior, cabe precisar que, tras el eco internacional del bastón de la reina británica, los londinenses más fervorosos de la monarquía han matizado que, pese a la edad, Isabel ll está como una manzana y que el bastón ha sido la manera, casi metafórica, de representar lo difícilmente que camina el país tras el brexit con pandemia.

Bueno, aquí nos detenemos pues, al no ser internauta, debo coger el bastón para salir a comprar el periódico.

* Escritor