Así, repetido casi en suave susurro, quedamente, no me dirán que no se les remueven emociones, que no se les despiertan unas ganas ardientes de cumplir promesas, de satisfacer aventuras sobradamente deseadas o de buscar cómo habitar en la alegría.

Viajes, música, amores, comunicación, naturaleza, libros, descubrimientos personales, humor... Es adonde nos lleva ese acertado título, que nos invita a detener el tiempo o a avanzar a través de él en una huida desvergonzada.

Pero bajemos de la magia, bajemos que no son buenos tiempos los de ahora, no.

¿Y qué podemos hacer para conservar el hechizo de una noche de verano, dentro de este caos opresor, sin sentirnos irresponsables? ¿Sobre qué escribir, qué leer, cómo levantar el pensamiento si estamos sumergidos en un laberinto social, político, económico y de salud sin precedentes conocidos? Más, ¿cómo proceder si hasta la naturaleza ruge y parece rechazarnos, incluso repudiarnos, como una muestra de rebeldía ante este berenjenal?

¿Andan escondidas nuestras ansias de apurar la copa? No, pero no estamos para muchas fiestas. Demasiadas inquietudes y alarmas nos acucian como un vértigo extraño sin dejarnos vivir libres. Es el miedo, amigas. Es el miedo, amigos.

¿Se han fijado en la inquietud que mostramos cuando guardamos cola, en el desasosiego que nos domina aún con nuestro papelito del número de orden en la mano, bien memorizado, pero acechando sin pausa el letrero que indica los turnos?

Es el miedo, sí, pero también es la prisa que tanto nos magnetiza y nos engaña y nos desluce el embrujo de una noche de verano.

Sin embargo, por otra parte, observo en la gente más o menos joven, quizás como contraste del malestar que se percibe, un afán desmesurado de buscar la seducción de la vida, de los encuentros, del líquido mágico que nos saque de esta maldición inaguantable; porque no nos ha mirado un tuerto sino una caterva de demonios.

Claro que, por poca sagacidad que tengamos, conocemos suficientemente cómo la vida se impone con una facilidad formidable.

En este sentido, les hago partícipes de una de mis lecturas de este verano, ‘El hombre prehistórico también es una mujer’, de Marylène Patou-Mathis, reconocida prehistoriadora francesa y conservadora del Musée National d`Histoire Naturelle, que me ha revelado en su investigación aspectos fascinantes de los Neandertales, como que la prehistoria también se hizo con mujeres fuertes físicamente, robustas cazadoras que construían sus casas y que alcanzaban a expresarse de forma simbólica.

Con esta mención pretendo significar que siempre contamos con medios para alimentar nuestra biografía. Por ejemplo, para reconocernos en el conjunto arqueológico del Valle dei Templi de Agrigento. O para recordar tiempos de amor de esa gente adorable que nos rodea. O para abandonarnos al perdón sin esperar nada.

Pues aquí les dejo y les deseo una buena compañía, una buena música, una tarde holgazana y el sueño de una noche de verano. Porque esto también pasará.

Que así sea.