Cabría preguntarse, a tenor de los acontecimientos vividos e históricos, si esta nuestra civilización se precipita implacable e inexorablemente hacia su autodestrucción. Enorme paradoja, pues cuando los privilegiados y absortos astronautas han observado al azul y frágil planeta Tierra, alejados de él más allá de su estratosfera, no han podido distinguir las fronteras que separan entre sí a los diversos países que la conforman. Las diferencias étnicas, políticas o religiosas, o los chauvinismos y los postulados xenófobos o nacionalistas no se encuentran. Todo se desvanece hasta transformarse en una solitaria bola de luz sobre el oscuro telón del firmamento tachonado de estrellas.

Mas en la vastedad del cosmos, incluso de una mínima parte de él cuan lo es la Vía Láctea, matriz de este planeta, con lo más de 400 mil millones de soles de todos los tamaños, se hallarán mundos en los que nunca habrá brotado la vida, con atmósferas irrespirables, arrasados o achicharrados por catastróficos episodios estelares. No obstante, nosotros, que estamos vivos, somos afortunados; el azar así nos ha elegido, concediéndonos la supervivencia de nuestra especie, tanto como la de todas las demás que nos cohabitan. De manera que si no nos preocupamos de su conservación ¿Quién lo hará?

Pero el ser humano ha acabado tomando consciencia de su notoria pequeñez; lo que no le ha resultado fácil, pasando de aquella y engañosa posición central dominadora, en torno a la cual giraban el sol y las estrellas, a la del que se sienta en el rincón más humilde de los cielos tras haber otrora descendido de las copas de los árboles y colonizado la sabana y la estepa, sabiendo finalmente afilar la punta de sílex en la lanza del cazador y dominando el fuego el recolector de cosechas, hasta ahora llevar a Marte al autómata robotizado que anda explorando su ferrosa corteza. Sin embargo, nuestras energías se confabulan para la guerra, como hipnotizados por la mutua desconfianza sin preocuparnos del injusto dislate y el horror que con ello se comete enajenados de nuestro impredecible devenir.

*Doctor ingeniero agrónomo. Licenciado en Derecho.