Mi madre y yo, por estas fechas, vamos todos los años a visitar los cementerios, a visitar a nuestros difuntos. Iniciamos nuestra visita en el cementerio de la Salud, que es el que más nos gusta por su estética y silencio. Hacemos siempre el mismo itinerario, que empieza por mi padre y termina en tíos abuelos, pasando antes por primos y bisabuelos; trazamos ese orden porque es el más directo que nos marca el camino sin que haya que andar y desandar.

Año tras año, mi madre me cuenta la historia de la familia: un bisabuelo y una bisabuela que vinieron de Cádiz, una bisabuela que nació en Santa Cruz de Mudela... Me habla de los parentescos entre unos y otros, de sus amores, casamientos, los hijos que tuvieron, sus gustos y aficiones. A muchos de ellos los conocí y traté, así que conozco sus vidas de primera mano, pero me gusta oírlas de nuevo y por ello escucho con interés su relato como si fuera la primera vez. De igual modo, esta conversación nos sirve para evitar recuerdos tristes que nos provocarían mucha pena y es una forma de evadirnos de ella. Incluimos en la visita -mi padre también las incluía- las sepulturas de los toreros Manolete, Guerrita, Lagartijo y Machaquito, y la del compositor Cipriano Martínez Rücker, fundador del Conservatorio.

En el cementerio de San Rafael no hay silencio: todo es un ir y venir de gente trajinando con escaleras, botes de pintura, cubos, trapos y fregonas. El amor por la limpieza, la blancura, el agua, la luz y el color, por unos días, se traslada aquí desde los patios. Y esto se convierte en un patio enorme, inundado de flores. Camino de la sepultura de mi hermana, al paso, visitamos la sepultura de Eduardo Lucena Vallejo, fundador del Centro Filarmónico, que está en el número 225 de los cuadros de panteones; y la de Julio Romero de Torres, que ocupa el panteón número 1 de la zona de San Eulogio. Ya ven que consideramos familia a los toreros, músicos y pintores cordobeses. A los dos cementerios llegamos cargadas de flores -tengo que dar dos o tres viajes al coche porque no podemos con todas de una vez- y vamos depositando ramos y ramilletes, teniendo en cuenta los gustos que cada cual había manifestado en vida. Claveles sólo rojos, o sólo blancos, o mezclados; o rosas, aunque duren menos; algún nardo... Ante cada sepultura una oración, paz, y en la capilla, unas velas que iluminen nuestros caminos.

*Escritora y académica