Ante una lacra tan preocupante como la violencia machista, la sociedad y sus actores le damos vueltas intentando hallar soluciones y detectar culpabilidades. Entre muchos de los culpables señalados está el amor considerado «romántico», porque -simplificando mucho- dicen quienes le acusan que es perpetrador y transmisor de roles del heteropatriarcado y etc. Pero amor más o menos romántico acaba sintiendo casi todo el mundo en algún momento, sea dentro o fuera de una pareja convencional. El más conservador de los notarios, la más libertaria de las heroínas, el hombre del traje gris. Y, cuando uno lo siente, es algo maravilloso que nada tiene que ver con lo que otros llaman amor. El nuestro es siempre auténtico. La violencia a la hora de intentar conseguirlo o conservarlo tiene más que ver con un degenerado sentido de la propiedad que navega en la masa de la sangre. Por eso a veces la educación patina como un transeúnte sobre el hielo cuando ponemos demasiada fe en que es el bálsamo de fierabrás para todo mal humano. No es siempre así. La despensa y la escuela ayudan en toda cuestión, pero el hombre solvente y alfabetizado puede seguir siendo un depredador o, simplemente, no soportar la frustración. Una vez más, lo que natura no da, Salamanca no siempre lo presta. Si repasamos la vida, la historia, la literatura y las canciones, cuánto tiempo y energía intentando retener lo que queremos. Cuánta maldad, pero también cuánto talento y valor y cuánta inocencia. Gentes conmovedoras, algunos amantes. Como Juan de Tarsis, conde de Villamediana, pegándole fuego al coliseo de Aranjuez para poder salvar a Marfisa.

Pero al final querer también es dejar ir. Let her go, cantaba Passenger. Let him go. Let it go. A veces algo nos parece nuestro y no lo es. Tal vez eso sea todo lo que debamos aprender a soportar.

*Filóloga y escritora