Los otros días me quedé pasmado: cargas policiales contra miles de jóvenes. Creí que eran independentistas y la verdad es que, aun cuando a mí los movimientos esos no me molan, pensé que al menos esos jóvenes reivindicaban algo digno como es una causa política. Pero no era eso. Quizá fueran anarquistas, pero no. Apuré y quise aceptar a los antisistema. Tampoco. Hasta que comprobé con suma decepción que eran miles de botellistas que querían ponerse morados de alcohol a su puta bola en plena calle pasando de todo. ¿Cómo podíamos haber tergiversado tanto el concepto de libertad? ¿Cómo habíamos llegado a este bajísimo nivel de ciudadanía cuando más esfuerzo y recursos democráticos educativos de toda la historia se llevaban ejecutando desde hacía más de treinta años? Mis mayores me cuentan que cuando también fueron jóvenes se valoraba todo. Hasta la ropa estaba personalizada en el sentido que a las prendas se las cuidaba como si tuvieran personalidad propia: la camisa de rayas tal, el abrigo gris, la chaqueta azul eléctrica de los domingos. O la decoración. O el sinvivir de los jóvenes por colocarse no para independizarse sino para aportar cuanto antes dinero a la casa familiar. O la bondad ilusionante de los guateques. Pensé que no podía ser que esta juventud embotellada fuese así por caprichos del destino. No. Ellas y ellos son hijos de su tiempo. Por eso creo que la culpa ha sido de la extensión imparable del capitalismo salvaje. Con el boom del turismo, vendimos el alma de España al diablo, es decir, al sector servicios como si fuera el único posible para desarrollar la economía obviando otras vías productivas y didácticas y fue cuando millones de almas fueron poseídas por la noche y la marcha. Tanto, que tristemente tengo que decir que lo que más une hoy a buena parte de la juventud es el ocio y, si me apuran, el alcohol. Pero repito, que no le echen la culpa a ellas y ellos porque son las víctimas de una economía basada en un consumismo sin parangón. Qué más prueba quieren que incluso el sector servicios se enfrentó a la mismísima pandemia para seguir abierto, aunque ello provocara cientos de muertos pues eso era preferible a la agónica situación que quedaba el país con dicho sector cerrado. Es decir, el consumismo que movía la economía estaba por encima incluso de la vida de la gente; a morir al bar. Pero como el diablo del capitalismo es sobre todo traidor, se revuelve utilizando los esclavistas sueldos del sector servicios, que ya no permiten que los jóvenes beban en la barra sino en el parque, provocando así concentraciones de miles de borrachos. Y en estas concentraciones multitudinarias de jóvenes no hay eslóganes preciosos como en el 68 o el 15M. No, aquí lo único que se dice es lo que el diablo persigue: bebe que la vida es breve… y vulgar. 

* Abogado