Una pena que el anunciado remake de cuatro de las ‘Historias para no dormir’ de Narciso Ibañez Serrador, cuya primera entrega, según Amazon Prime Video, nos llegará en noviembre, no incluya ‘El barril del Amontillado’. Menos mal que Bodegas Campos y el Consejo Regulador de Montilla Moriles, en una feliz iniciativa, vienen últimamente recordando puntualmente el famoso cuento de Edgar Allan Poe al hilo de la fecha de su extraño fallecimiento el 7 de octubre de 1849. Y con toda justeza; pues nadie ha hecho más famoso en todo el mundo a este vino cordobés que el atormentado escritor de Boston, quien comparte con el caldo las singularidades de una personalidad compleja. Porque el amontillado se acrisola en vericuetos crepusculares que discurren tanto entre los mundos del fino y el oloroso como entreverados en la sombra de las bodegas donde forja, lentamente, su alma caoba, mientras los estudiosos tratan de descifrar como nació. A los literatos les basta con historias de viejos marineros o de insospechados procesos químicos en los barriles que illo tempore se transportaban, a lomos de mulas, desde Montilla a Jerez. El caso es que, sin que se sepa muy bien desde cuando, el amontillado sabe a Poe y a éste se le rememora con amontillado.

En el cuento, para mayor castigo, Fortunato no llega en momento alguno a probarlo. Y ni siquiera aparece el barril, que se queda en codiciado objeto de deseo. Es más, el infortunado protagonista es puesto fuera de combate a través de un Medoc y un De Grave, ambos Bordeaux franceses. Más clemente fue en sus adaptaciones para la televisión Narciso Ibáñez Serrador; la primera en Argentina, con Narciso Ibáñez Menta, y la segunda en sus ‘Historias para no dormir’, con Antonio Casas. Chicho trasladaba la acción a una vendimia francesa y derivaba la venganza de una infidelidad conyugal. En ambas la víctima llegaba al menos a catar el amontillado de un tonel... con sorpresa dentro. A Poe también le iban los inesperados giros finales a la hora de emparedar gente. En su caso en forma de gato. Aunque, para original, Muñoz Seca buscando fórmulas ejemplarizantes con que tapiar a Don Mendo («con una mano fuera/ y en actitud pordiosera»).

A la memoria de Poe le acompaña a escasos metros la de Ricardo Molina, lo que acentúa la evocación de los caldos de Montilla Moriles

La remembranza del relato en la pared de la calle Lineros no obsta para que en la placa, junto a la efigie del escritor, aparezca también la silueta del protagonista de su poema más famoso: el cuervo que le habría de acompañar hasta la tumba, en cuya lápida figura junto a su único graznido comprensible, «nevermore» (nunca más), respuesta y leitmotiv en las estrofas de la obra. En el caso de Córdoba tal parece que se le ha caído una pluma, sin duda incluida en alusión al oficio del de Boston, pero que da lugar a la anécdota. Porque es lo único que el autor prohíbe dejar al cuervo en su extraña visita. «¡No dejes ninguna pluma negra como señal de esa mentira pronunciada por tu alma!» («Leave no black plume as a token of that lie thy soul hath spoken!»). Son versos que discurren in crescendo, con una rima y un ritmo hipnotizadores, mecidos por el ritornello. De mesméricos los calificaban por entonces. Cuentan que Poe los recitaba, con voz musical, a la luz de las velas. Y que a los oyentes apenas se les oía respirar. Suelen traducirse libremente, pero en castellano hay versiones que logran reproducir, con mayor o menor acierto, el formato original. Seguro que si en Bodegas Campos se puede leer, ante un amontillado, la venganza de Montresor, también habrá una sala en la que recitar ‘El Cuervo’ con la ayuda de los destellos de algún viejo candelabro.

Por cierto que si Chicho Ibáñez abordó con éxito su propia versión del amontillado, un director de la talla de Roger Corman nunca lo intentó. Aunque tampoco lo olvidó totalmente. Él y Vincent Price forman, para todo aficionado al terror, una pareja de culto a la hora de adentrarse cinematográficamente en las obras de Poe. A Corman le gustaba mezclar elementos de las distintas historias del bostoniano dentro de un mismo film. Y a los cinéfilos descubrirlos. Algo así como buscar a Hitchcock en sus películas. Pues bien, hay un guiño al amontillado dentro de su versión de ‘El Gato negro’ (que también va de emparedados). Los protagonistas se llaman Fortunato, Montresor y Luchresi y... sí, efectivamente, no falta un concurso de catadores de vino.

A la memoria de Poe le acompaña a escasos metros la de Ricardo Molina, lo que acentúa la evocación de los caldos de Montilla Moriles. Y de las barricas y tabernas como santuarios líquidos, «territorios mitrales donde yace vivo el ídolo de oro», parafraseando a Juan Bernier. Hace doce meses, en el marco del I festival Cata &Tapa, la D.O. editó el cuento el siete de octubre «del terrible año MMXX». Estos días, si al final logramos dejar atrás la pandemia, creo que volveré a leerlo, cogeré el rotulador y, bajo esa línea, trataré de conjurar tan sombrío adjetivo escribiendo... «And Quoth the Raven «Nevermore!» (...y dijo el cuervo ¡nunca más! ).