Córdoba brilla con el resplandor de sus 127 mártires, beatificados ayer solemnemente en la Santa Iglesia Catedral, por el cardenal Marcelo Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, actuando en nombre del papa Francisco, ante una gran multitud de personas, muchas de ellas familiares de los nuevos beatos. Fue una ceremonia esplendorosa y magnifica, rebosante de emoción, sobre todo, al descubrirse el mural recordatorio de los nuevos beatos, cuyas siluetas gritaban al mundo entero el testimonio de su fe ardiente, proclamada con audacia durante la persecución religiosa, vivida en España, en la década de los años treinta. En sus palabras, el cardenal Semeraro subrayó con fuerza el testimonio de los mártires, constituidos ya en intercesores nuestros y en acompañantes, para que también nosotros sepamos dar razón de nuestra esperanza, en la vivencia de un cristianismo auténtico. Por su parte, en su carta pastoral sobre los nuevos beatos, el obispo de la diócesis, Demetrio Fernández, los proclamó como «ejemplo de amor, tan superlativo, que murieron perdonando a los que los estaban matando». Y el postulador diocesano de la Causa, Miguel Varona, me comentaba en unas breves declaraciones de pasillo, que, «de ahora en adelante, los nuevos beatos son nuestros testigos, nuestros intercesores y nuestros compañeros de camino, en esta hora difícil de la historia, invitándonos a vivir nuestro cristianismo como ellos lo vivieron». Como apuntábamos en nuestro articulo del pasado domingo, la sangre de los mártires es una sangre de paz, una sangre de concordia, una sangre de perdón, y sin duda, en la sociedad de nuestro tiempo, es también una sangre de valores absolutamente imprescindibles como la tolerancia y el respeto mutuo. Si alguien preguntara por el sentido de estas beatificaciones, la respuesta sería fácil: Con la exaltación de sus mártires, la Iglesia propone modelos, cuyo testimonio nos llegue a lo más profundo del corazón. El católico actual tiene que luchar contra la plaga de una lectura sesgada y negativa del ser y quehacer de la Iglesia. Ello produce pesimismo y desánimo en muchos espíritus acerca del futuro de la fe cristiana en nuestro país y en el entorno cultural europeo. Abundan los «profetas de calamidades» que, bajo un barniza de intelectualidad, citan estudios sociológicos, espléndidamente subvencionados y fuertemente manipulados, para poner en evidencia lo mal que les va a los católicos en la modernidad. No es cierto. A los católicos auténticos, que sustentan sus vidas en el evangelio, les irá siempre como le fue a Jesús de Nazaret, «muriendo y resucitando» bajo la bandera de la verdad, del amor, de la justicia y de la libertad. Frente a los que se empeñan en difundir la idea de que la Iglesia tiene «los días contados», que es una «reliquia ideológica del pasado», habrá que invitarles a que busquen a los «mártires de hoy», quienes entregan sus vidas a la verdadera transformación y salvación del mundo. El esplendor de la beatificación de ayer nos invita a recobrar la confianza en la capacidad de la fe para incidir positivamente en la configuración de una nueva cultura, que tanta falta nos hace.

Como colofón del acto, se estrenó el himno ‘Mártires cordobeses’, cuya letra he tenido el honor de escribir, con música de Antonio Murillo, canónigo Chantre-Maestro de Capilla de la Santa Iglesia Catedral, y en versión para Orquesta, Órgano y Coro, de Clemente Mata, cuyas primeras palabras se alzaron airosas en la catedral: «Mártires cordobeses, que disteis la vida, con ardiente fe. Llenad de esperanza, nuestras alabanzas, al Rey Celestial. Vuestro martirio es antorcha de fuego y de amor, haced que su llama transforme el dolor en abrazo fraterno...».