La frase se atribuye a Cicerón, aunque es Quintiliano quien escribe algo parecido: «ne, quod plerisque accidit, damnent qvae non intellegvnt» (para que no nos ocurra lo que a la mayoría, que condenan aquello que no entienden). También usa una expresión similar San Agustín, y Pico della Mirandola escribe en su ‘Oratio de Hominis Dignitate’: «pues sé que hay muchos que, así como los perros ladran siempre a los desconocidos, de igual modo condenan y odian frecuentemente aquello que no entienden».

Pienso mucho en esta frase cada vez que a un grupo de descerebrados, sean jóvenes o no, les da por quemar palmeras, rayar coches, o destrozar lo que ahora se llama mobiliario urbano.

La frase no se escribió para esto, claro, pero podría aplicarse sin problemas. Lo bueno del latín es que sirve para todo, aunque la mayoría desconozca ya quiénes son Pico della Mirandola o Quintiliano, ni falta que les hace, piensan.

Se puede ir por la vida sin saber latín, y también sin haber leído a ningún filósofo. Lo único imprescindible es respirar, lo demás puede esperar un poco. Eso mismo deben de creer los que han diseñado la enésima ley de educación que, sospechosamente, son los mismos que montaron la madre de las reformas, el principio de todos los engaños que hemos ido asumiendo como si fueran verdades.

Se daña lo que no se conoce. Se ladra a los que cruzan los límites. Se condenan el conocimiento, la curiosidad y la sabiduría, que son tratados como si fueran cualidades pasadas de moda y signo de elitismo, a cambio del brillo mentiroso de oropeles de competencias y destrezas, como si una cosa estuviera reñida con la otra, y no fueran complementarias.

Saber más, hablar y escribir mejor se contraponen a saber hacer en una antítesis que viene de los despachos y no de las aulas, donde todo el mundo sabe lo que se hace, sin necesidad de iluminados que curiosamente pertenecen al mundo elitista del que quieren expulsar a todos.

En medio, los alumnos que son tratados como un rebaño, carne de cañón para un mundo laboral en guerra, y los profesores que tienen que elegir entre ser pastores sin más oficio que conducir mansas ovejas, o convertirse ellos mismos en ovejas negras.

Tristes tiempos estos en que el latín tiene más razón que nunca, justo cuando los que presumen de innovadores se parecen cada vez más a una jauría ignorante que ladra a lo desconocido, sin cumplir su función y sin ver más allá de su propia linde.

* Escritora y profesora