Uno de los mayores daños que se le hizo a la profesión periodística fue en los años noventa, en ese circo de reality shows sobre chismes de famosos (no confundir con la prensa de sociedad, muy antigua y digna), igual que después las redes sociales con muchos comunicadores que serán maravillosos, pero que no son periodistas ni les importa pasar esa línea roja entre la información vendible, a lo que aspira toda noticia, y la veraz, que es la que garantiza un periodista. Otro golpe para la profesión, hay que reconocerlo, más sutil pero más grave es la proliferación de programas de grandes contertulios, escritores, pensadores… que no está tampoco mal, si no fuera porque el programa o ellos mismos se visten de periodista sin tener que ver nada lo que opinan con este oficio.

Y miren… no. Periodista es quien vive como currante de esto. Y currante… currante. De esos de jornadas interminables, de volver a casa y no poder dormir con la sensación de que algo se ha escapado en lo que ha dejado escrito, de ser los licenciados (ahora graduados) peor pagados de España para su nivel académico, 70.000 trabajadores con 3.000 títulos nuevos al año de los que solo uno de cada siete encuentran un puesto de trabajo...

Eso es el periodismo y lo demás… siempre será otra cosa, que puede ser también muy útil y digna o condicionada por intereses bastardos, pero otra cosa a fin de cuentas. «Pero esa gente se llama así mismo periodista», razonan quien quiere encontrar argumentos contra toda la profesión sin darse cuenta que ese título se lo dan ellos mismos, no una Facultad de Ciencias de la Información. Bueno… Igual que ha habido famosillos que no acabaron la EGB que se autotitularon así y hay otra gente que se lo creen. Dicen que los vampiros solo tienen el poder que le dan sus víctimas. Pues lo mismo pasa en este oficio.

Y todo eso mientras que en los últimos días se ha conocido que el premio Nobel de la Paz ha sido para los periodistas María Ressa, de Filipinas, y Dmitry Muratov, de Rusia; que el número de periodistas asesinados en el mundo en década y media sea de 957 (el 68% en países oficialmente sin guerra); que la cifra se dispare si se cuentan los profesionales caídos durante su trabajo, con el compañero cordobés Julio Anguita Parrado siempre en nuestro recuerdo; que 600 periodistas organizados secretamente en todo el mundo hayan desvelado los Papeles de Pandora, que los responsables del área Internacional de RTVE hayan dimitido tras el veto a que un equipo viaje a Tinduf…

Pero tampoco se trata de eso. Igual que nadie le pediría a toda monja que sea Teresa de Calcuta, a cualquier miembro de una oenegé que lo deje absolutamente todo y se convierta en un Vicente Ferrer ni a un camarero, por el hecho de serlo, que gaste su sueldo y peregrine por el mundo para dar de comer en emergencias humanitarias como hace José Andrés. Lo que sí es necesario en cuestión de periodistas es reivindicar a unos currantes muy normales haciendo lo que pueden en un momento histórico, político y social disparatado… Y donde el periodismo, eso que no quiere ni los poderosos ni los aspirantes a sustituirlos, es más necesario que nunca. Que no es poca cosa.