Qué es España y qué los toros y la interrelación entre ellos lo han debatido durante siglos mentes muy eruditas, preclaras y filosóficas sin que hayan llegado a un entendimiento cabal. Ya a la reina Isabel, la católica, le desagradaban aquellos caballeros que alanceaban toros. El Papa Pio V prohibió esos espectáculos por primera vez en 1557. Carlos III con su ‘Pragmática’ llevó a cabo la más duradera prohibición de las corridas de toros en nuestro país. Y una corte de ilustres, que van desde Gabriel Alonso Herrera o Santo Tomás de Villanueva hasta los regeneracionistas, noventiochistas, novencistas, han criticado la fiesta de los toros, relacionándola estas últimas generaciones nada menos que con la decadencia de España.

Se pueden resumir sus razones en las palabras de Azorín: «Multitud de conceptos sociales, políticos, hasta estéticos, son falseados por causa de los toros». Algo así vino a decir Unamuno en ‘La obra de Eugenio Noel’: «No me cabe duda de que nada hay más sutilmente reaccionario que mantener la afición (a los toros. Porque)... es muy conveniente hacer que el público tenga hipotecadas su atención y su inteligencia...». Tal vez puede ser significativo que cuando el absolutista Fernando VII recuperó el trono creara la primera escuela de tauromaquia, precisamente en San Fernando, Cádiz, cuna de la Constitución liberal, mientras reprimía sin piedad las ideas liberales.

Y es que al hombre le ha gustado siempre jugar para divertirse o para probarse. Posee libido. Gusta de lo lúdico. Y ha jugado con los toros. Hoy es un juego serio que oculta, con el espectáculo, su trascendencia: la de la vida y la muerte. Y se discute si esa fiera que no se entrega sino en la muerte y esa frágil figura del torero que le burla una y otra vez sin perder la compostura y el valor es arte. Según José Bergamín en su ‘Arte de birlibirloque’, el arte del toreo, es, visto desde la barrera, geometría metafísica. La inteligencia del torero es necesaria para dominar a la fiera. Un aquí me pongo para que me cornees y un de aquí me quito con mi engaño («engaño» se llama a la capa y a la muleta.) Es también el toreo, pues, un arte de prestidigitación. Hoy se discute si es arte ese encuentro de la fiera que embiste con la humanidad que aguanta librándose de una muerte que es aplazada en cada pase, produciéndose una especie de ruptura del orden natural esperado y, con ella, la decepción tras la emoción -una «faille» la denomina Michel Leiris en un sentido metafísico, ante la imposibilidad de la fusión total amorosa, según se lee en su ‘Miroir de la tauromachie’.

-¡Muy bien, Juan!- le dijo un día Ramón del Valle-Inclán a Juan Belmonte. «¡Haz eztado magnífico! Ez zencillamente eze tu toreo, en el que zacando chizpaz zublimez de tu mizeria fízica, te fundez de tal forma con el toro, que no llega a zaberze dónde acaba el hombre y dónele comienza la fiera... Zolo falta que un día, zuperándote en el zentido y en la calidad de tu toreo trágico, haciendo honor al fanatizmo delirante que por ti tiene la afición, y zobrepazando loz contornoz de tu tranzfiguración humana hazta lo divino, te quedez quieto y en vez de rematar la zuerte con un molinete, zea el toro quien la remate, clavándote un azta en el corazón. Azí, en la eztampa ya no podrán zepararze nunca máz toro y torero, como ze zeparan cada tarde de toroz, dezpuéz de la mágica zuerte de capa».

El torero, que le había escuchado meditativo y con los ojos bajos, sólo dijo al final: -«Don Ramón. Ze hará lo que ze pueda».

Es difícil saber cuánto había de burla o metafísica en las palabras de Valle-Inclán.

Antonio Machado niega el arte de ese juego, cuando le hace decir a Juan de Mairena que «no son [las corridas] un arte, puesto que nada hay en ellas de ficticio o de imaginado».

** Comentarista político