Estaba preparando esta colaboración mensual y no faltaban temas para abordar. Entre tanto, en este mes tienen lugar los actos de defensa de los trabajos fin de máster. En esas estaba, cuando en uno de estos tribunales una alumna, María Amaro, exponía con extraordinaria calidad su trabajo sobre los conflictos que ocasiona entre los adolescentes el uso de la aplicación Instagram. Caí en la cuenta de que describía un mundo que, aunque superficialmente era conocido por mí, no tenía idea cabal de cómo los jóvenes viven ya en él, en otra dimensión que para mí no solo es en gran medida desconocida, sino ajena.

Llevo tiempo reflexionando, también escribiendo en estas páginas, sobre cuestiones diversas relacionadas con la nueva política, la crisis de la democracia, la vuelta de los populismos autoritarios y lo hago desde la perspectiva del mundo físico, de las relaciones físicas, del entendimiento presencial y me cuesta trabajo entender algunas derivas que nos aquejan. Derivas religiosas, sectarias, políticas, identitarias, que tienen su reflejo en estudios de opinión, en actitudes, en tendencias de conocimiento o voluntad y que ofrecen resultados que desconciertan al analista y al estudioso de la materia. Ya organicé un Congreso sobre la democracia y los algoritmos en el que nos asomamos a esa nueva irrealidad real del mundo en el que la construcción de pensamiento y opinión política se empieza a hacer de otro modo y tiende a escaparse del propio control. Aún así, me sigue costando trabajo entender cómo han crecido los negacionistas de todo tipo, los propaladores de noticias falsas, las creencias tan increíbles que son difíciles de clasificar y tantas y tantas cuestiones. Y claro, al leer el trabajo de mi alumna y escucharla, de pronto tome conciencia de que estaba buscando en el lugar equivocado y que casi sin darnos cuenta, se había creado un mundo en el que no se si estoy o empiezo a no estar y lo peor: no se si ya puedo estar o quiero estar.

Después de un sesudo análisis, obtenido mediante cuestionarios distribuidos entre adolescentes de primero y segundo curso de la ESO, ella confirmaba que en el uso que los adolescentes hacen de Instagram, cuando muestran su perfil, lo hacen creando una realidad idealizada. A través de las redes sociales, las nuevas generaciones (también algunos de las viejas) pretenden como objetivo ampliar su presencia virtual a costa de «vender» su privacidad y de aceptar cualquier cosa que beneficie su proyección pública. Si para ello deben renunciar a su pensamiento crítico o analítico de la realidad, están dispuestos a dejarse arrastrar por la tendencia o el mensaje que los haga más presentes y visibles en su red social.

Reciben información masiva y sin procesarla la aceptan si les resulta adecuada al fin último de ser más seguidos o relevantes. Necesitan perder el yo para integrarse en la comunidad de destino en la que pretenden ser reconocidos. Esa impudicia para desnudarse públicamente es preocupante, pero más lo es la carencia absoluta de conciencia sobre ese proceso y la falta casi total de pensamiento analítico o crítico de la irrealidad que les rodea. Se apunta en el trabajo que la necesidad permanente de lo novedoso que siente el adolescente mientras está construyendo su personalidad, le impide asumir anclajes personales con cierta estabilidad. Nuestro compañero de Universidad, José Carlos Ruiz (tutor del trabajo), pone el punto de mira en los llamados «influencers» que actúan como modelo para muchos de estos jóvenes y ese modelo es el de adolescentes que lo que hacen es «exhibicionismo emocional» que se aleja de la realidad pero que cautiva a sus seguidores.

Algunos de estos se convierten también en forjadores de opinión que buscan la polémica, la polarización, el exceso, para incrementar más y más su presencia, llegando a afectar emocionalmente a quienes les siguen y buscan en ellos tendencias en permanente renovación y fuera de todo canon de pensamiento lógico. El presente inmediato es el objeto central de la comunicación en redes, lo pasado inmediato ya es antiguo, no digamos nada de lo pasado algo más remoto, esto ya ni siquiera merece la más mínima atención. Imposible, pues, emplear racionalidad argumental fundamentada en la experiencia. No hay intimidad, pero tampoco hay reflexión, es el consumo compulsivo lo que retroalimenta esa irrealidad que es la realidad virtual.

Lo que más me impactó fue leer algo que mi consciente sabía desde hacía tiempo pero que no había merecido suficiente atención por mi parte: «el Smartphone es el medio fundamental para la socialización de los menores». Es decir, todo lo que será el conjunto de relaciones sociales de la persona durante su vida, se construye ahora dentro de ese aparato que ha creado un mundo en el que los que tenemos ya cierta edad nos sentimos desplazados aunque, en alguna medida, todavía tenemos capacidad para saber distinguir esas realidades paralelas, pues antes conocimos y crecimos en la física no virtual.

Claro que sabía mucho de ello, pero de pronto leerlo, oírlo, asumirlo, me puso en la pista de cuál es la razón de por qué no entendemos determinados comportamientos, muchas actitudes, estados de opinión y la generalización de ideologías, creencias, opciones políticas, tendencias, que crecen día a día y que están rompiendo los esquemas de pensamiento en los que hemos construido este mundo que se va diluyendo. Tratar de comprenderlos, explicarlos y razonar con estas nuevas generaciones desde los planteamientos racionales de la realidad presencial y social en la que hemos nacido, crecido y vivido, nos conduce a la desesperanza, la impotencia y el desánimo. El reto es muy complicado. Ya debe haber masas de jóvenes que no van a desandar el camino y será difícil explicarles que esa irrealidad real les ha devorado. Ahora hemos descubierto, gracias a The Washington Journal, que Facebook tenía informes internos que acreditan la toxicidad de Instagram y el daño irreparable que ha causado y causa en muchos jóvenes.

Mientras buscábamos cómo entender el mundo presente y sus crisis y cambios, otros enredaban a buena parte de los jóvenes y mayores con sus «me gusta», sus mentiras, sus odios y su política sectaria y alienadora. Esto les proporciona pingües beneficios en un salvaje mundo irreal nuevo que no controlamos y que es la selva en la que se ha enmarañado la democracia clásica, que ve morir su realidad mientras el monstruo ya devora pero aún no nos deja adivinar del todo el mundo que, al menos para mi, ya empieza a ser ajeno pero que gestionará mal o bien mi vejez.

 ** Catedrático. Universidad de Córdoba