Acasi cualquier ciudadano nos parece que nuestro jefe es más incompetente que nosotros mismos para desempeñar ese puesto, casi cualquiera tiene un plan alternativo para dirigir el departamento o el negocio. Todo se ve mucho más fácil en la abstracción que en la pelea diaria. En la mayor parte de los casos caeríamos en las mismas prácticas que ahora tanto criticamos o en errores nuevos igual de reprobables, pero hay un grupo indeterminado de personas anonimizadas tras los aplausos y la disciplina de grupo que deben pensar día sí y otro también ¿qué hago yo aquí? Parlamentarios o asesores de alta cualificación política y larga experiencia que observan a sus jefes de filas encadenar ‘boutade’ tras ‘boutade’, intercalada de insultos al adversario en un tono que ni en las peores cenas de Nochebuena se han escuchado. Hay un grupo difuso de diputados al que todavía no les ponemos nombre que se van haciendo cada vez más pequeños en el escaño, que la piel del asiento les resulta un poco más áspera tras escuchar las nuevas corrientes sobre el indigenismo, la defensa del no Estado, la judicialización de cualquier decisión política y la transformación del Parlamento de sede deliberativa a patio de frontón.

Hay un determinado grupo de ciudadanos que mientras jalea a su líder tiene la convicción de que él en su lugar lo haría mejor, y en este caso probablemente sería verdad porque el grado de simpleza de algunos posicionamientos políticos demuestra no haber osmotizado la EGB o creer que a nosotros ni nos rozó. Vivir entre la incomodidad de entender que la estrategia de ganar está por encima de cualquier principio y la vergüenza de que hacerlo de este modo es infligir un daño colectivo que a saber cuando nos repondremos. Los años pasados organizando territorialmente el partido, desbrozando expedientes en cualquier dirección general sin horario ni reconocimiento, elaborando dossiers sesudos sobre cualquier asunto para ver como en el plenario se despacha con un no a todo. No es que espere una revolución de los diputados desasosegados, no es tan grande mi inocencia, pero a veces las miradas de algunos de ellos expresan más estupefacción que si no estuvieran cubiertos por la mascarilla. Mientras tanto los de fuera podríamos no entrar en todos los trapos rojos que nos sacuden en la cara, que ni los medios, ni las redes fueran altavoces de tanta ignorancia y maledicencia. Provocan porque les da resultado, porque consiguen nuestra atención y el seguidismo militante de los suyos. Alguna vez, señor diputado, le podría decir, aunque fuera bajito y en un pasillo, a su líder que frene un poco, que van a ganar igual.

* Politóloga