Ha dicho Belén Rueda que para ser actriz hay que tener memoria emocional. Lo ha hecho después de recibir el Gran Premio Honorífico del Festival de Sitges. ‘El orfanato’ o ‘Los ojos de Julia’ son películas de Belén Rueda en las que ha dejado su talento de mujer hermosa y frágil, con esa inteligencia en el sentido que se abisma hacia el centro de su propio vértigo. Las actrices y los actores son un milagro porque el mandato divino de la pura creación de pronto encuentra alcance, voz y manos, diálogo en el cuerpo que se muestra diáfano entre el texto y el rostro que los está mirando, que los está escuchando, que se adentra en el fuego de una historia que de pronto habitamos. A mí me gusta mucho Belén Rueda porque fue una mujer que se quebró -no me refiero a ella, sino a la proyección de una personalidad actoral- desde aquella sonrisa televisiva primigenia hacia otro tipo de temblor interno, con un acecho esquivo hasta en sus pasos, para encontrar matices muy sutiles y punzantes en su interpretación. Como siempre que habla, ha dicho una verdad: para ser actriz hay que tener memoria emocional. Y para ser guionista, no quiero ni contarte. Y para ser persona y conseguir estar bien hecha en tu propia simiente, con su foco de espiral o magma que aún refulge y hasta crece mientras se suman días. Sin memoria emocional, sin todo ese tejido de momentos, de voces y paisajes que nos constituyen, realmente no seríamos nada. Pero, ay amiga, tenemos que avanzar, y todo ese equipaje nunca puede convertirse en lastre. Tanto al interpretar, como al escribir, tienes que abrir de par en par las puertas de la memoria, que corra libre el aire por esos corredores que los seres sensatos habrían sellado ya bajo siete candados. Pero qué era vivir, sino ser soberanos del recuerdo. Aunque, eso sí: cuando dejes atrás tus escenarios de la memoria -el título maravilloso de Castellet- o incluso al escribir tu última palabra del pasado, mantén la vista al frente y vuela alto.

* Escritor