Cerca de cien personas, dicen por ahí, se han reunido este fin de semana en una loma de las afueras, entre matojos, rocas y alguna sobreviviente encina, guardándose una distancia entre cada individuo e individua de unos dos metros o más, con el firme propósito de escuchar la palabra de una señora y un señor no identificados. «¿Qué problema hay?», se preguntarán algunas. «Si el acto se celebró al aire libre, respetando distancias...». Vamos a ver, señora: lo extraño y condenable aquí reside en el anonimato. Después de rastrear toda plataforma, red y foro online, el equipo de investigación correspondiente no halló rastro de convocatoria alguna, ni una sola mención al encuentro. Entonces, ¿dónde y cómo pudieron contactar y organizarse? ¿Disponen de un software, una app secreta para tales subversivos fines? No hay pistas sobre sus identidades. Ni fotos, ni perfiles, ni fechas de nacimiento, ni una mínima cookie. ¿Quiénes son los ponentes u oficiantes? ¿Por qué y para qué los escuchaba el numeroso público? La rarísima naturaleza del acto en sí carece de importancia frente a la nula dependencia de la tecnología que estas personas han demostrado, esa capacidad de organización y convocatoria (por no mencionar la exquisita puntualidad) que se traduce en la exitosa consecución del citado meeting. Algo malo y perverso debió ser dicho allí, en el monte. Algún trapo sucio brillará en el expediente de más de un convocado que, en modo alguno, puede considerarse «buena persona», tal y como nosotros/as, integrantos e integrantas de la sociedad convencional, interpretamos este concepto. De lo contrario, ¿por qué tanto secretismo?

No volverá a repetirse. Las Mozas y Miembros están sobre aviso, preparadas para sofocar maquinaciones, revoluciones, libertinajes y guarrerías y, ante todo, para destapar privacidades. (Advertencia: la ponenta sostenía en sus manos una de esas cosas de papel sin enchufe ni wifi llamadas «libros», que ella misma y su compañero oficianto leían. ¡Saben leer!).

** Escritor