Una cosa es reclamar un derecho y otra ejercerlo. Una cosa es poner en duda la constitucionalidad de la suspensión de plazos en el Congreso de los Diputados durante el primer estado de alarma, que fue efectiva entre el 19 de marzo y el 13 de abril del 2020 (y recurrirla como hizo Vox), y otra volver a trabajar entre los muros del Palacio de las Cortes pudiendo utilizar la incontrolada y casi incontrolable vía telemática.

El Tribunal Constitucional ha decidido -bien es verdad que con división entre los magistrados- que paralizar la actividad parlamentaria fue inconstitucional, alimentando el criterio de los que piensan que el Gobierno aprovechó la coyuntura para recortar libertades y eludir el control político. Es la muy debatida pugna entre la protección de la salud pública durante la pandemia de coronavirus y los derechos de los ciudadanos. Vale.

Ha pasado año y medio desde aquello sobre lo que acaba de pronunciarse el Alto Tribunal, un periodo en el que la vida parlamentaria, como la de toda la sociedad, se ha ido normalizando, según la expresión imperante. Por eso leo con sorpresa una entretenida crónica de Ruth del Moral, periodista de Efe, en la que cuenta que «pese al declive de la pandemia, un numeroso grupo de diputados se resiste a volver al cole y, aunque el hemiciclo se llena los miércoles durante las sesiones de control al Gobierno, después, cuando llega la hora de votar, prefieren no quedarse en el escaño y recurren a la opción del voto telemático». Como decía el consejero Jesús Aguirre desde Andalucía, la actividad telemática ha llegado para quedarse, pero no es lo mismo que un médico acorte vía telefónica la consulta a cinco pacientes que solo necesitan receta que perder de vista a nuestros bien pagados diputados que solo se dejan ver cuando las cámaras apuntan a su líder en el debate. Sin ánimo de ofender, siempre he pensado que ser parlamentario del montón, es decir, sin dar la cara mucho, debe ser comodísimo y rentable, una ocasión para criar a tus hijos con plena conciliación. Lo llamativo, cuenta Ruth, es que solo se quedan por el hemiciclo los diputados de PSOE y PP, mientras el resto vota telemáticamente, incluidos los 52 de Vox a los que el TC ha dado la razón, pero también se ven vacíos los 35 escaños de Unidas Podemos o los 13 de ERC, así como muchos huecos entre el resto de partidos, con las excepciones citadas. Así, los periodistas presentes tienen dificultades para conocer el resultado de las votaciones, que no se ofrecen inmediatamente a pesar de la cacareada transparencia. Mientras muchos trabajadores vuelven a sus puestos a jornada completa, los que tienen más medios y facilidades remolonean.