En La Palma, literalmente, la tierra ha empezando a escupir fuego, que va comiendo como un dragón de Komodo, mordiendo una vez y persiguiendo lentamente a la víctima hasta que cae rendida e intoxicada. Que literalmente se abra la tierra y escupa fuego, y se vea avanzar un mar ardiente que se traga un suelo y alumbra otro, debería activarnos la parte del cerebro en la que nos nacen los dioses y los mitos, con fascinación primitiva; pero no. Pasan dos semanas y estamos ya familiarizados y aburridos, «que sí, que hay lava», porque somos una versión de granja, a lo mejor, de la humanidad que veía un volcán y se inventaba una religión. Tampoco se nos intuye el corazón necesario para echar una mano en serio en vez de pontificar.

En un primer momento, la gente abandonaba sus casas sin nada o con lo puesto. Esto es una tragedia. A veces, por la lentitud de la lava, ha sido posible infiltrarse con una furgoneta y cargar más pertenencias, como robando lo propio al fuego, que parece ser el nuevo dueño. Viendo las imágenes, Cris me dijo que ella tiene hecho un mapa mental de lo que recogería rápidamente si tuviéramos que irnos de casa en el acto, para no volver. Alguna documentación, nuestras cartas y los discos duros. O sea, que ella salvaría la memoria, porque desde ella se puede reconstruir todo. Me quedé impresionado, como suele pasarme, por la belleza de su pensamiento y su claridad. Bauhaus. Yo no tengo ese mapa. No tengo la menor intuición de por dónde empezar. Es cierto que siempre llevo encima mucho de lo que es importante para mí: la estilográfica, los anillos, el reloj. Si tuviera que huir seguramente me quedaría convertido en estatua de sal delante de los libros, sin saber cuál salvar. Soy una urraca inconstante y pobre, y tengo entre los libros artefactos (un caparazón de tortuga, un sextante, algún playmobil raro, ilustraciones de Tom Gauld) que en su momento me parecieron importantes y en una emergencia tendría que dejar atrás. El valor de las cosas admite jerarquías, pero no es mala prueba la del fuego: o te lo llevas o no te lo llevas.

He leído la ‘Guía de Supervivencia Zombie’ y sé que en teoría en la mochila hay que echar tres litros de agua, un machete, alimento seco, efectivo y, si lo tienes, un pasaporte canadiense. También he leído ‘Habla, memoria’, y sé que Nabokov, al exiliarse y dejar atrás un palacio y una biblioteca gigantesca, se llevó su ajedrez y su antología de Sherlock Holmes. No volvió a tener más libros, y a ese le fue perdiendo el cariño. Su madre se echó al bolsillo un collar de perlas, con el que pagó los estudios en Cambridge de Nabokov (Vladimir) y su hermano Sergey. No volvió a querer tener nada, ni libros, ni casa. Si salvas los recuerdos, claro, mantienes tu identidad y el pasado. Pero sin otro techo, sin un futuro, tienes que vivir en ese pasado como en un lugar cerrado, tal vez recordando para siempre tu casa bañada en fuego. Ojalá no nos olvidemos de La Palma los demás.

** Abogado