Aproado el último tercio del siglo XX, la, estéticamente, deslumbradora ciudad de Córdoba escaseaba de grandes centros de cultura humanística, con la excepción resaltada de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes y, en diversas parcelas de su meritoria labor, el Real Círculo de la Amistad. Venturosamente, sin embargo, de modo igual a lo registrado en otras muchas urbes capitalinas del tardofranquismo, contaba con algunos clubs cívicos de primer orden, entre los que de manera peraltada sobresalía el mítico Juan XXIII, pilotado de forma envidiable por aquel patricio llamado D. Luis Valverde, auténtica figura prócer de la Andalucía de la época, dentro de una saga por fortuna aun no extinguida.

Entre los más ardidos socios de la mencionada entidad se alineaba una figura estrella de la cultura española de la época, de nascencia gaditana, pero de vecindad y arraigo cordobeses: el psiquiatra Carlos Castilla del Pino (1922-2009), que abanderó no pocas batallas político-ideológicas en su proyección en la antigua capital omeya. Junto a él, un manchego de savia y ligámenes igualmente cordobeses, Antonio Gala, ejercía un incontestable liderazgo intelectual en los estratos más cultivados de la burguesía de la ciudad y de las muy dinámicas poblaciones rurales de sobresaliente entidad, abundantes en una provincia de denso pasado humanístico.

El clima cultural creado por las personalidades y centros mencionados fue el que, por gran suerte, envolvió la fundación de la UCO y, de manera muy singular y específica, la erección de la Facultad de Filosofía y Letras en el año de gracia de 1974, simultáneamente con la de Ciencias Químicas, que en muy pocos años merecería ya una reputación europea en algunos de sus quehaceres. Un inquieto y andariego jesuita, el cordobés Feliciano Delgado (1926-2004), versado en múltiples saberes, dirigiría el centro del viejo solar del Hospital del Cardenal Salazar hasta la susomentada fecha. Su muy notable plantel docente haría que en un tiempo record alcanzara un sólido prestigio en la ciudad, y, poco después, en todo el país. En la raíz de tan insólito fenómeno se sitúa un magno acontecimiento que, pese a su enorme trascendencia, todavía requiere investigaciones para dimensionarlo con exactitud en su sorprendente realidad. Por desgracia, el que fuera protagonista destacado de su desarrollo y cantor entusiasta y persistente de su importancia, el eminente catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad Hispalense, D. Manuel Francisco Clavero Arévalo (1926-2021), ya no podrá reiterar su testimonio de admiración al evento en cuestión que no es otro que el del I Congreso de Historia de Andalucía -diciembre de 1976-, organizado por la flamante Facultad de Letras en unas fechas, en verdad, decisivas no solo para el Mediodía español, sino para todo el país. En los escritos memoriográficos que consagrara a dicho capítulo de nuestro más reciente pasado, el comedido y siempre muy temperado político e intelectual sevillano no escatimó encendidos elogios a la organización y despliegue del Congreso, que consideraba la piedra miliar de la Andalucía contemporánea. Al menos en numerosas facetas, la Historia así lo corrobora.

En la cultural, el hecho es irrefragable. En diversas parcelas de su ayer, desde el más remoto hasta el más reciente, la frontera señalada por dicho acontecimiento es, en múltiples ocasiones, bien clara, como se recordará con algo de mayor latitud en el artículo final de la serie.

* Catedrático