Al pretender reconstruir el marco social que encuadró el nacimiento de la Universidad cordobesa, el factor capital que ha de evaluarse es, obviamente, el periodo histórico en que se produjera tal alumbramiento. En efecto, sin considerar que tan feliz acontecimiento tuvo lugar en los primeros pasos de la abrillantada Transición, su significado y trascendencia se desvanecen. Según hemos resaltado en diversos estudios especializados, la ciudad califal fue sin duda una de las urbes en que se vivió con mayor plenitud uno de los dos o tres hitos esenciales de la contemporaneidad española. Todos sus estratos sin excepción se galvanizaron con el desbordante elán creador con el que su ciudadanía protagonizó tamaño suceso. Lejos de estar exclusivizado por algún estamento o clase social, institución o movimiento político, fue todo el pueblo de la histórica ciudad el que escribió en primera persona los diversos y, en general, refulgentes capítulos de una obra colectiva con muy pocos parangones no solo en su rico pasado, sino en el de todo el país. No la incluyó en el mapa de la nación, donde siempre figurara por su incomparable y permanentemente viva herencia cultural, pero es patente que la arrancó de su ayer más inmediato, en el que las hazañas de figuras esplendentes del arte de Cúchares fueron de ordinario en la actualidad nacional su presencia más destacada.

Así, por obra y gracia de hechos y personalidades que todavía han de ser objeto de una rebusca historiográfica más detenida e intensa de lo registrado -beneméritamente, por lo demás- hasta hodierno, la onda creativa que inundara la vieja piel de toro desde comedios de los años setenta de la centuria decimonónica, halló en Córdoba un alcance y vigor con escaso paralelo en el resto de España. Por razones de exigencia social determinadas por el contexto socialdemócrata demandado prioritaria y abundantemente por la ciudadanía, la educación y la sanidad concentraron sin rivalidad alguna la atención esencial de las generaciones que llevaron a cabo la proeza de la Transición.

En la segunda de tales empresas, la sanitaria, la ciudad califal había acumulado en la etapa inmediatamente anterior, con diligencia y tenacidad -marcas de cualquier empeño de relieve en la andadura de las naciones- un capital de primer orden que rentabilizaría de manera envidiable como soporte clave de su espectacular desarrollo durante la fase áurea de la Transición.

En torno al flamante hospital Reina Sofia se tejió la primera urdimbre del gran vestido que engalanara la actividad de la ciudad en la era democrática que entonces se abría en Córdoba y asimismo en el país. Médicos, enfermeras y todo el resto del personal sanitario del muy pronto, a escala nacional, afamado centro, se convirtieron en los adalides de la fascinante marcha de la ciudad de la Mezquita por los senderos de la Historia. Sin olvidar que nomina sunt odiosa por las omisiones y olvidos que, inevitablemente, se cometen al personificar acontecimientos de gran magnitud, nombres como los de los Dres. Emilio Luque, Manuel Ángel Ramírez Mohedano, Manuel Concha, José M.ª Cabrera, Carlos Pera, Pedro Sánchez Guijo, Eduardo Zamora, Eugenio Arévalo, José Jiménez Pérez-Pérez, Armando Romanos, Federico Vallés, Víctor Jos, Guillermo Jiménez Almenara, Francisco Gómez Pérez, Alfonso Carpintero..., et caetera monopolizaron durante largos años la conversación en todos los lugares principales de sociabilidad y esparcimiento de la ciudad y su provincia. Nunca hasta entonces las enfermedades y los galenos ilustres encargados de limitar su ilimitado imperio gozaron de tanta popularidad en el Mediodía español.

Como se infiere claramente, la Facultad de Medicina no habría de vivir al margen de ello; antes al contrario, según se analizará en el siguiente artículo.

* Catedrático