¿Tú también fuiste de los que se pintaron y pintarrajearon y ensuciaron las manos de blanco cuando el asesinato de Miguel Ángel, y hasta pusieron la nuca formando aquel rebaño de masa sedente, gritando consignas? ¿Tú también sigues de revolucionario de siete a nueve de la noche cuando no te vas de vacaciones? ¿Dónde fuiste, luego de aquella manifestación y tantas otras? Y, sobre todo, ¿qué seguiste votando? ¿Qué fue de tu conciencia y tu enardecimiento? ¿En qué los seguiste sembrando? ¿Qué banderita mostraste en tus redes sociales ante un nuevo atentado? ¡Es tan sublime ese desfile de bombos y tambores por las grandes avenidas! ¡Era tan sublime vernos tan estupendos todos, tan juntitos, tan apoyados, tan enardecidos por aquella idea, y la otra, y la otra! Pasó aquel asesinato y tantos otros que aún siguen vivos en tantas almas, repitiéndose su recuerdo en ellas cada día y cada noche. Pero para ti ya no está de moda. Pasó aquella guerra de Irak, esta de Afganistán. Pasan tantos asesinatos de mujeres. Pasan tantas pateras, tantas epidemias, tantas drogas. Pero, sobre todo, pasó la moda de ser revolucionario por aquello.

Ahora se llevan otros intereses, otras consignas, otras protestas y hasta otra violencia en las redes sociales, bien justificada, pero bien escondida tras anónimos, tras insultos y tras seudónimos. ¿Y qué sigues protestando? Pero, sobre todo, ¿a quién sigues votando? ¿Ante qué sigues callando? ¿Ante quién sigues gritando? Y la culpa siempre es de otros. La responsabilidad siempre es de otros, de unos y de aquéllos, de los terroristas, los políticos, los bancos, esa continua indefinición contra la que tan fácil es ser revolucionario, contestatario, violento, insultante y hasta escupidor. Sabemos que nadie tiene poder sobre nadie si no se lo damos, y, sin embargo, seguimos dándole el poder a otros, votándolos o ignorándolos, dejándolos hacer. No tenemos conciencia de que somos sus esclavos, y vivimos bajo la boba falacia de creer que mientras a mí no me afecte, que el mundo se mueva por donde quiera, siempre y cuando suceda lejos de mi comodidad; ahí sí que puedo vivir con cualquier ideología, y justificar toda la violencia de todas mis protestas, en mi poltrona, en mis rutinas, en mis mentiras, porque manos blancas no ofenden.

* Escritor