Creo que debería enseñarse Ecología y Civismo como una asignatura importante desde el Bachillerato y en la Universidad. Mejor le iría a nuestra sociedad, que camina hacia el medioevo…

Ecología porque, tal y como lleva la deriva el clima, ya no va a ser cosa de un pequeño grupo de fumados --que no se moleste nadie, es una expresión paródica, respeto el ecologismo mucho más que otras formas políticas-, sino una cuestión de mera supervivencia. La ecología ya no es de izquierdas o de derechas… sino de puro sentido común. Y ojalá ya no sea tarde. Porque hemos hecho un mundo insostenible: el consumo debería limitarse, somos demasiados. Y lo digo también por el «cambio climático» como Dick Cheney bautizó, a través de su grupo de marketing político, al «calentamiento global», para que la frase diera menos miedo, y para que nos fuéramos acostumbrando al negro futuro de cambio que nos espera.

Y Civismo porque la sociedad se está volviendo, hasta en nuestro país, insólitamente más violenta. Basta con ver las noticias a diario. Porque tal vez se sigue el modelo que llega del cine americano: de pasotes, mamporros y armas. De los americanos debemos aprender el espíritu democrático de base -que sortea una Constitución decimonónica-, su ciencia, su tecnología, su música moderna, y sus ideas de economía, pero no su violencia.

Si se difundieran estas ideas de ecología y civismo, no se darían estos macrobotellones que embrutecen a la juventud. Lo curioso es que así se hacen inanes, y no reclaman un justo puesto de trabajo que corresponda a su esfuerzo personal. Acabarán embrutecidos y alcoholizados, por alguien que, desde la sombra, parece estar alimentando sus justificables deseos de catarsis afectiva, anímica y hormonal.

Resulta sin embargo que en esos macrobotellones de 25.000 personas en la Complutense de Madrid, están los que beben hasta extenuarse, los que destrozan las botellas en el suelo, impiden el sueño a los vecinos trabajadores, y dejan un paisaje de residuos terribles. Y sin embargo también veo la esperanza de algunos jóvenes que, al día siguiente de la juerga, acuden para ofrecerse voluntarios a limpiar el desaguisado, ayudando a los encargados de la limpieza, que son los que silenciosa y anónimamente cargan siempre luego con las consecuencias de la fiesta.

Tengo suerte. La tenemos en esta hermosa ciudad que parece dormida, ajena al despropósito social que nos invade. En mi facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba he tenido siempre alumnos/as del segundo tipo. Recuerdo una alumna admirable que trabajaba de camarera por las noches para pagarse los estudios, y recorría hora y media de ida, y otra de vuelta en autobús desde su pueblo, para acudir a clases…

Es por ello que creo que debe educarse a la juventud desde la infancia. Explicarles la deriva peligrosa de la droga. Porque no hay drogas blandas. Todas cobran partida. Explicarles el respeto al otro en el amor. Y el respeto a la diferencia. El valor del trabajo bien hecho. El placer de la cultura y el arte. Y compartir la amistad. Y que la intensidad de la vida no puede constituir en el engaño de una noche de juerga insolidaria y salvaje.

Ecología y civismo. Todo iría mejor así. Seguro.

* Catedrático de universidad y escritor