La sonrisilla disimulada frente a la pantalla del móvil, el interés por la ropa (incluso fue a las rebajas él solito sin decirle ni mu a nadie), las probaturas frente al espejo, el empeño en cortarse el pelo cuando no tocaba, las salidas y llegadas a deshoras, más de una contestación extraña, esa cosa mustia sin venir a cuento, el plato a medias, estoy lleno, no puedo más... Estaba raro. Hasta su cuarto olía un poco diferente. Eso lo llevaba notando ella desde hacía varias semanas, pero no se lo dijo a su marido hasta que lo tuvo claro, en la cama, a oscuras, la radio puesta, que si no le había notado nada últimamente, y su marido: qué es lo que se supone que tengo que haberle notado. Y ella que si no lo veía un poco raro, y su marido: duérmete, Inma, anda. Y ella que claro, que cómo le iba a notar él algo, si él iba a lo suyo y santas pascuas, y su marido: ya estamos, qué quieres que te diga, raro lo que se dice raro... yo qué sé, yo lo veo como siempre, no lo controles tanto y no le des tanta importancia a todo...

No le des tanta importancia a todo. Ja. Mira tú que listo. Él lo veía muy fácil. No alterarse. Desde luego eso hubiera sido lo más provechoso, pero cómo no le iba a dar importancia al asunto, cómo iba a hacerse la loca después de haberle mirado el móvil por casualidad mientras estaba en la ducha, después de haber leído casi sin querer esas conversaciones, madre mía de mi vida, esos mensajes subidos de tono que la dejaron boquiabierta, vaya tela... Cómo iba a dejar que la cosa siguiera su curso, como iba a mantenerse ajena al temita después de haber visto esas fotos en las que aparecían los dos de aquella manera, con esa diferencia de edad, virgen santa, ella mucho arroz para tan poco pollo.

La cara de ella no le sonaba del barrio. Ni del barrio ni de nada. Lo mismo la había conocido por internet o vete tú a saber cómo. El caso es que estaban juntos y que parecían encantados de la vida. «Bueno, Inma, ¿y por qué te pones así? No te sulfures y déjalo que viva su vida», le dijo Marga, la peluquera. «Me pongo así porque no quiero que nadie se aproveche de él», contesto ella, «porque él es muy inocentón y llega cualquier petarda y me lo vuelve loco».

Tenía que decírselo. Ten cuidado. Es mejor que no te compliques. En la vida cada cosa tiene su tiempo. Tenía que decírselo por su bien. Se lo dijo. Se lo dijo y se ofendió. Se ofendió por lo de las conversaciones de WhatsApp, que quién era ella para invadir su intimidad. Y ella que eso no era invadir su intimidad, que era preocuparse por él, porque con la edad que tienes mi obligación es estar pendiente de ti para que no andes con gente que no te conviene. Y punto.

Y ahí fue cuando su padre le dijo que con casi 80 años lo mismo ya sabía él con quién le convenía andar.

** Profesor