Dicen que fue la pregunta que hizo Hitler con cierta desesperación cuando estuvo convencido de su derrota. Ahora la reformulo aquí pero como afirmación: Arde Afganistán. Me explico aunque ustedes saben por qué.

Sigo en Twitter a una artista plástica afgana, Shamsia Hassani, donde ha escrito que «el arte cambia a las personas y las personas cambian el mundo». En sus grafitis se puede descifrar la historia más reciente de Afganistán. Concretamente en sus últimos trabajos manifiesta lo que le espera a su pueblo: la falta de alegría, sin risas, sin música, sin arte. Sus gentes más comprometidas con la mejora de la sociedad serán arrasadas por el fanatismo, la crueldad, la ignorancia mientras que la miseria y el sinsentido se adueñarán de campos y ciudades. Se vivirá sin esperanza.

Pero todo esto ya lo sabemos. Es más, ya casi tenemos asumido que las mujeres se pudrirán enterradas en vida, que las niñas serán envilecidas como esclavas sexuales, los niños deshumanizados niños-soldado y los hombres corrompidos en la humillación. Sospecho que lo olvidaremos por aquello de que lo urgente solapa lo importante.

Ante tanta desolación, me cuestiono cómo se amará con pasión en tales circunstancias. Porque el amor no deja de ser tentador, el amor no desaparece aunque haya complicaciones, el amor atrae irremisiblemente los sueños y los deseos. ¿Qué harán con sus cajitas de música?

También me cuestiono si la audacia, que es solución silenciosa, pudiera ser el recurso y la posible opción a una salida liberadora que se abra paso en las vidas de cada casa, detrás de cada puerta. Al menos eso quiero esperar, porque el aire cada mañana es limpio también para esta nación machacada y hundida, cuyas gentes necesitan, como cada ser humano, de recuerdos y caricias que los liberen de la soledad y los protejan ante la reclusión.

Quiero esperar también que, con sagacidad, habilidad e inteligencia, el pueblo afgano pueda ir saliendo de ese laberinto inhumano y atroz en el que lo ha sumido la obstinación y la intransigencia religiosa. Quiero esperar que ese sectarismo que se ha adueñado de sus desiertos y montañas, de sus libertades y autonomías personales y colectivas, de sus derechos y responsabilidades, de sus voluntades e intereses, de sus destinos vitales y de sus desvelos, se resquebraje y dé paso, más pronto que tarde, a una vida más dichosa, a que guarden las anochecidas sin miedo y las madrugadas hagan olvidar la tragedia.

Confío en que se cumpla cuanto antes que la frase de Shamsia que he citado al comienzo de esta columna, a pesar de vivir ahora en el pánico, al destrozo despiadado de todo rastro de civilización y al sometimiento por medio del terror.

Es difícil arrinconar y abandonar de forma consciente todo lo conocido de la barbarie y del sadismo con que van a ser tratadas estas personas. Es verdad que otros pueblos y en otras épocas se han librado del salvajismo, pero este es nuestro tiempo, nuestro momento. Sería cobarde e injusto resignarnos y ser vencidos por el abatimiento y la angustia. Temo que nuestra desesperanza nos deje de brazos caídos ante tamaña injusticia, y que tampoco seamos capaces de hablar de nuestra responsabilidad y de nuestra participación e influencia en la brutalidad que se está ejerciendo en este país a 8.000 kilómetros de distancia sobre 32 millones de personas. Vivimos bien desde esta cultura de democracia y bienestar en la que estamos instalados.

Voy a respirar profundamente y a escuchar ‘Nómadas’, de Franco Battiato. «Forastero que buscas la dimensión insondable/ La encontrarás/ La encontrarás fuera de la ciudad/ Al final de tu camino».

¿Recuerdan la impactante escena final de la película ‘El Planeta de los simios’?

Pues quien pueda y quiera entender, que entienda.