Algunas Universidades españolas cumplen en los inicios de la década que acaba de arrancar con los peores augurios, el medio siglo de su andadura. El desarrollismo tardofranquista fue, en verdad, espectacular. No solo se registró en su trascurso el año de mayor crecimiento económico-social de toda la historia de nuestro viejo país, sino que su trepidante avance nos acercó estrechamente a las cotas de las diez mayores economías el mundo occidental. El Alma Mater no quedó en manera alguna rezagada en dicha carrera y reflejose en ella con patencia la misma expansión que en los restantes espacios públicos y privados de la nación.

Una de tales universidades de nueva planta se apresta ahora como sus hermanas gemelas a celebrar con dignidad y el mayor relieve institucional la citada efemérides. Es esta la cordobesa, donde durante 37 años ejerció su modesta al par que muy ilusionada docencia el anciano cronista, testigo así de su esperanzado alumbramiento. En el increíblemente creativo y dinámico Ministerio del políglota valenciano José Luis Villar Palasí –un cerebro envidiable en memorizar todos los programas de los muchos y altos cuerpos de la Administración a los que con patente éxito opositó sin descanso...- y en el cruce del decenio de los setenta al de los ochenta de la centuria pasada, se echarían en la antigua capital de al-Andalus las bases del organismo dispuesto muy pronto a convertirse en su primera Universidad. Ya en el ochocientos, en un periodo tan renovador también en el plano cultural como el del Sexenio Democrático, se llegó a crear, según estudiaron con admirable finura analítica y solidez documental los académicos cordobeses D. Juan Aranda Doncel y D. Ángel Fernández Dueñas, un primer pero bien arquitrabado esbozo de Universidad que, por causas aquí imposibles de resumir, no llegó finalmente al venturoso puerto de su consolidación. Años después, en plena postguerra española, en 1943, la reputada nacionalmente Escuela de Veterinaria alcanzó el rango de Facultad universitaria integrada, a la manera de la muy afianzada ya Facultad de Medicina de Cádiz, en el Alma Mater Hispalense.

Aproximadamente un cuarto de siglo más tarde, en 1971 se fundó en la antigua ciudad califal, adscrito a la Universidad de Sevilla, el Colegio Universitario –Filosofía y Letras, Ciencias y Derecho-, dependiente en su mantenimiento material de la siempre ejemplar Diputación Provincial, corporación con la que los cordobeses de toda condición tienen una deuda de perpetuo agradecimiento por sus múltiples e inestimables servicios a la comunidad. En las fechas referidas estuvo regida, conforme recordarán no pocos lectores, por un hombre en el que la acción y el pensamiento se aliaban de modo insuperable: Pascual Calderón (1964-72). En estrecha alianza, iniciativas y metas para insuflar de savia hervorosa al Colegio Universitario se adoptaron de modo sagaz bajo su actuación. Así, en el momento feliz de su incorporación como pieza relevante del Alma Mater cordobesa, la flamante institución descubrió un grado de madurez inusitado. La sucesión de Pascual Calderón al frente de la Diputación por otra personalidad de rasgos muy sobresalientes como el ingeniero D. Manuel Santaolalla colocó la piedra final a una empresa que galvanizara de modo envidiable todo el marco de las grandes corporaciones de la ciudad. Muy en primer plano, descolló el absoluto respaldo del Ayuntamiento, liderado por D. Antonio Alarcón, entusiasmado con la gran aventura que entrañaba poner en estado de la más exigente revista a la gozosa transformación experimentada por el antiguo Colegio del Cardenal Salazar. Como expresaran los clásicos, de la concordia y la generosa cooperación entre ciudadanos e instituciones se entrojan indeficientemente los frutos más serondos, conforme comprobarán ‘ad sacietatem’ los próximos artículos de la presente serie conmemorativa.

* Historiador