Hablamos de 39 asesinatos. 39 asesinatos que incluyen los once del atentado en la casa cuartel de Zaragoza en 1987, con cinco niñas. De esto hablamos. No del interesante y nunca desprovisto de pasión debate jurídico, de derecho natural o de ética a secas, entre la reinserción social del delincuente tras el cumplimiento de la pena, la prisión permanente revisable o la cadena perpetua. No estamos en un seminario de la facultad, sino en la vida dura que salpica de frente con todos esos cuerpos ofrecidos a sus familiares y a toda la memoria democrática de un pueblo, que también era esto, o a ver si la memoria democrática únicamente alcanza hasta 1975. No, también hay una memoria democrática de tensos amaneceres en los años 80, en los 90, cuando había un atentado terrorista casi cada semana, cuando ser guardia civil en el País Vasco, policía nacional o un militar era una condena a largo plazo, cuando tu familia era aplastada por el frío de un silencio social cómplice. Todo ese se cortó en 1997 con la ejecución -porque eso fue- de Miguel Ángel Blanco. Hasta José Antonio Ardanza, lehendakari del PNV de entonces, la condenó. Y esa marea blanca con las manos alzadas a la luz inundando las calles, también en el País Vasco. En todas partes. Aquello fue el comienzo de un fracaso social, el de una banda mafiosa y terrorista que se había refugiado en la empatía de parte de su pueblo: de pronto la había perdido y Miguel Ángel Blanco fuimos todos. Sare, esa red de apoyo a los presos de ETA, finalmente ha suspendido la marcha de hoy a favor de Henri Parot. En cambio, ha convocado concentraciones en las plazas contra de la legislación que habilita penas de 40 años para delitos de terrorismo, en vez del tope de 30. Han querido disimular, una vez más, una evidencia: que era un homenaje al terrorista. Desconvocan «para evitar confrontación», porque los que protestan ante el enaltecimiento del terrorismo son violentos. Venga, a seguir luchando contra Franco.

* Escritor