Ya ha pasado. Al principio tu maestra tenía que sujetarte con fuerza para que te soltaras de nuestros brazos y entraras en la clase. Hoy, pocos días después, has entrado por tu propio pie, muy serio, sin una pizca de llanto. Sé, porque me lo ha dicho ella, que vas a pasearte y a escalar, a manosear los libros y a rondar a tus compañeros. Sé que van a leerte cuentos, que vas a comer fruta, que con un poco de suerte puede que duermas una siesta tranquila de la que despiertes sonriente. Lo sé todo, pero la verdad es que desde que has cruzado esa puerta no sé nada, o voy a saber cada vez menos. 

Conozco todas tus palabras. Conozco todas las formas de tu risa y qué las desencadena. Sé la dirección en la que te crece cada mechón de pelo, la forma de tus dientes y de tus uñas. Sé que animales te asombran, qué juegos te divierten, qué sabores te dejan la lengua drogada. Tengo los secretos de tu miedo y tu sueño, de tu piel y tus manos y tus músculos finos. Conozco tus viajes, tus lecturas, el paso de tus horas y la horma de tu genio. Distingo los colores de tus ojos según la temperatura y las nubes del cielo: la madera, el jade, el heliotropo oscuro y la malaquita, que asusta a los demonios. Sé qué canciones te tranquilizan y con cuáles saltas. Sé qué ropa te resulta incómoda y los zapatos que señalas según tu humor. Lo sabía todo, porque esa es la servidumbre de un padre: saberlo todo de ti al principio, por la sangre y el cuidado; y con el tiempo saber lo que vivamos juntos y lo que me cuentes. Conmigo te pasará al contrario. Intuirás al principio, conocerás al final, y en algún momento estaré sostenido por lo que puedas recordar, que me parece inmortalidad suficiente. Ambas magnitudes son infinitas.

Pero hoy dejo de saberlo todo. Has abierto las puertas del estudio, y eso significa que cada día creas y conquistas tu propio territorio. ¡Ah, Javier, es tan inmenso, tan hermoso! El conocimiento es una herencia tan antigua como la humanidad, lo que nos iguala y hermana, y al tiempo una aristocracia, una espada de príncipes que no entiende de cunas. Una herencia y una soledad: con tus maestros y tu aprendizaje, con las letras y números y nuestras vivisecciones del mundo, vas a construir tu memoria y tu corazón, y sé y acepto que nosotros no tendremos siempre cabida. Los antiguos griegos creían que en el Hades había cinco ríos, y que al beber de uno de ellos, el Leteo, se perdía la memoria. Hacía falta olvidarlo todo para pasar de vivo a muerto. El estudio es lo contrario, reconstruir lentamente en tu interior, con disciplina, miles de años anteriores, un día primero, siglos después. Resucitar. Carga el peso del conocimiento previo en tu espalda y avanza un paso. Eso basta para la gloria. Amansa el saber y hazlo alegre, porque es un agua que se navega en solitario. Te esperaremos en cada puerto, para que nos cuentes tu viaje con detalle. Con la esperanza inocente --somos así los padres-- de volver a ser los que lo sepan absolutamente todo de ti. 

* Abogado