Visto el punto al que hemos llegado, uno tiene la obligación de plantearse y replantearse muchas cuestiones. No podemos permanecer por más tiempo callados y dóciles, como ciudadanos, ante lo que la actualidad pone delante de nuestras narices como hechos consumados. A quienes vivimos el alumbramiento de la democracia y conservamos el espíritu crítico, creo que nos pasa lo mismo que a aquellos que vieron nacer la segunda república llenos de esperanzas, y que, pasado poco tiempo, sólo unos meses, dijeron, con Ortega y Gasset, «no es esto, no es esto». Nos hallamos sumidos en un estado de incredulidad ante las aberraciones, estupideces, radicalismos, inventos y voluntos o avoluntos que, como punta de un iceberg muñido de antojos, paren gente sin oficio ni beneficio, sin preparación ni sentido común pero que, por efecto de las urnas, tienen el poder, el inmenso poder, el temible poder, de cambiar nuestras vidas y orientar el rumbo de todo un país hacia el desastre. Este tipo de gente que ya no tiene ideas sino ideologías de chiste, por ejemplo, legisla sobre cualquier idiotez, y ahora sobre el odio, e incluso promueve comisiones para identificarlo. En tal sentido, la portada de Diario CÓRDOBA el pasado día 11 era demoledora: «Interior crea grupos específicos contra los delitos de odio». Señor juez, he aquí un ciudadano reo de odio, envíeme a la autoridad, que no opondré resistencia. Me declaro culpable sin apelación de odiar, al igual que de amar, como ser humano que soy, muchas cosas. Y culpable de dudar, de cambiar de opinión, y de apasionarme a mi edad con el pasado, y, en efecto, también de odiar. Odiador superlativo de quienes rebinan sandeces contra un rasgo tan humano como el derecho a odiar. Odio a quienes se cargan la educación ley tras ley con aberrantes propuestas salidas de mentes que no saben hacer la O con un canuto. Y los odio por promover principalmente el odio entre la gente y azuzarnos por razón geográfica o de pensamiento. Y por mil cosas más. Y porque, cuando aquel adolescente que tenía 17 años en 1977 me mira triste y aún me pregunta «¿esto era la democracia», sólo me sale: «no es esto, no es esto». 

* Escritor

@ADiazVillasenor