A la historia, al prestigio histórico, monumental y universal que tiene Córdoba, solo le falta un logro: entrar en el escogido grupo de hitos del planeta de los que se piensa que tal maravilla de la humanidad no es humana. Verán: algunas corrientes esotéricas achacan a seres de otros planetas avances como el descubrimiento del fuego, las primeras manifestaciones del arte, las pirámides y en general toda la cultura de Egipto, la primitiva China incluida la Gran Muralla, las culturas precolombinas, la filosofía griega y hasta el pensamiento de Pitágoras, Platón, Newton, Einstein y Tesla. Todo es obra de los extraterrestres. Por cierto, teorías que cabrean profundamente a egipcios, chinos, iberoamericanos, griegos… ya que no dejan de despreciar un tanto la capacidad de nuestros ancestros y enajenar lo mejor del hombre para glorificar un mito. Algo también peligroso porque uno puede llegar a pensar que «si todo lo bueno lo han hecho alienígenas, ¿para qué esforzarme en contribuir al progreso?».

El caso es que a Córdoba solo le faltan algunos mitos ‘neo-esotéricos’ para estar a la última. ¡Con lo fácil que es que los cordobeses nos sumáramos con el método habitual! Basta con hacer primero una pregunta, por ejemplo: «Entonces, ¿Claudio Marcelo era un enviado de las estrellas para fundar Córdoba?». Y a renglón seguido responder muy serio: «Según los partidarios de la teoría de los antiguos astronautas… sí». Y ya está. Ahora busque usted esa teoría, a algún «partidario» de la doctrina que además conozca dónde está Córdoba y pregúntenle. Como todo ello es imposible… pues asunto arreglado: Claudio Marcelo era verde y tenía las orejas como el comandante Spok, el de Star Trek, sin importar lo que digan nuestros arqueólogos (de los mejores de Europa) y los más sesudos investigadores científicos e historiadores. De hecho, y como es tan fácil, también se puede ir diciendo que el arco califal con sus dovelas desiguales oculta un código matemático alienígena, que la desviación de la Mezquita-Catedral respecto a La Meca fue en realidad para señalar un lugar de aterrizaje de naves extraterrestres y que Abderramán I no llegó tras «estrellarse en Siria los Omeya», sino de la «estrella Sirio ‘o má-allá’», solo que lo entendimos mal porque hablaba con un fuerte acento.  

Y si quieren la prueba definitiva de que los extraterrestres aún están entre nosotros, recuerden ese personaje típicamente cordobés al que la nueva hostelería está arrinconando pese a ser depositario de ancestrales misterios. Hablo de algunos de esos taberneros ‘de toda la vida’. Entes míticos, identificables en mitad de una población alegre y abierta por su carácter serio y despegado. Poseedores de antiquísimos conocimientos después de generaciones de confesiones de parroquianos. Seres telepáticos con capacidad para convencerte de que media copa de vino es una copa y que una copa entera es ‘un medio’. Basta su mirada de reojo, mientras maneja un medieval paño de cocina, quizá una tela que lo conecta con arcanos y tradiciones templarias a tenor de la negritud del trapo, para indicarte que te estás pasando con el tono alto de voz o para, también sin decir nada, interrogarte y sacar todos los secretos de tu espíritu. ¿Son los ya pocos, castizos y ‘esaboríos’ taberneros cordobeses descendientes de aquellos experimentos genéticos de los extraterrestres para mezclar de ADN entre humanos y alienígena con el fin de mantener el control mental de los cordobeses? Según los partidarios de la teoría de los antiguos astronautas… sí.