Cuando hace algún tiempo (en el siglo pasado) comencé a preguntar acerca de cómo había transcurrido en Cabra la guerra civil, todas las respuestas oficiales conducían al mismo punto: el trágico episodio del bombardeo de 1938, a la vez que se resaltaba la ausencia de violencia o represión. Aquella afirmación se contradecía con lo que poco después encontré al consultar los datos del Registro Civil, pues en la causa de la muerte de algunos egabrenses aparece la fórmula siguiente, o parecida: «En la fenecida lucha contra el marxismo», y no solo eso, sino que además la fecha de la inscripción registral se llevaba a cabo unos años después del fallecimiento, como era el caso (para mi sorpresa) de mi abuelo materno. Hoy, gracias a las fuentes documentales y a los testimonios orales, tenemos la certeza de que más de setenta egabrenses fueron víctimas de la represión. También sabemos que la Casa del Pueblo fue incautada y pasó a ser propiedad de Falange, así como que una de las primeras actuaciones en aquel lugar fue la quema de los libros de su biblioteca. Asimismo, conocemos la existencia de un campo de concentración en la ciudad, con la particularidad de que en él hubo mujeres presas, como ha documentado el trabajo de Francisco Navarro. Tanto a lo largo de la guerra como con posterioridad se desarrollaron diferentes formas de represión que explican el silencio que durante mucho tiempo hubo acerca de estas cuestiones. Recordemos en este sentido que Camus bautizó a la pasada centuria como «el siglo del miedo».

En 1977 los periodistas Jesús Torbado y Manu Leguineche utilizaron en un libro el término «topos» para hacer referencia a quienes a lo largo de la guerra, y después de la misma, vivieron escondidos en algún rincón o agujero de su propia casa. Muchos recordarán una película reciente, La trinchera infinita, que tenía esa temática. El 2 de mayo de 2017 publiqué en estas páginas un artículo que llevaba por título Un episodio de la guerra, donde daba noticia acerca de un hecho de esas características en Cabra, porque un socialista, Francisco Moral Barranco, vivió seis años escondido en su propio domicilio y solo salió cuando, al ponerse enfermo, sus familiares se vieron obligados a avisar a un médico. Fueron años de sufrimiento y de miedo para él, pero también para su esposa, Antonia Valle Castro, que tuvo un comportamiento valiente, así como para sus diez hijos. Cinco de ellos: Francisco, Antonio, Ascensión, Rafael y Fernando han sido capaces de poner por escrito lo que recuerdan de aquellos años, no solo en relación con lo acontecido con su padre, sino acerca de cómo se desarrollaba la vida cotidiana de aquellos niños marcados por el hecho de que su padre formaba parte del grupo que oficialmente se denominaba como «desaparecidos», aunque en algunos casos se sabía que habían sido ejecutados. Su relato contiene datos acerca del comportamiento de algunos de los responsables de la represión, así como información acerca de algunos hechos ocurridos en Cabra durante la guerra.

El Ateneo Ciudadano de Cabra ha editado ese conjunto de recuerdos en un libro titulado Un topo en Cabra (1936-1942). Testimonio de sus hijos, que se presentará el próximo viernes en el patio de cristales del Instituto Aguilar y Eslava. Toda una oportunidad para que los egabrenses conozcan de primera mano lo que hasta el momento solo era un comentario que circulaba entre algunas personas conocedoras de los hechos. De este modo aquello que solo pertenecía al ámbito de la memoria individual, o como mucho familiar, pasará a formar parte de nuestra historia y de nuestra memoria colectiva. Y se cumplirá lo que Fernando Moral Valle pone en boca de su padre cuando visitan el pueblo tras varios años como emigrantes en Cataluña: que «el tiempo nos pone a cada uno en su sitio».

*Historiador