¿Sabes qué es lo que pasa? Que cuando te acostumbras a mentir y nunca ocurre nada, aunque sea públicamente, luego no hay quien te pare. Se pierde el miedo y cualquier sentido del ridículo, aunque sepas que existen evidencias. Porque ahora todos dejamos un rastro de lo que hemos dicho, y no digamos ya si eres ministro del Gobierno de España. Y una cosa es que tengamos derecho a cambiar de opinión o criterio, a evolucionar o incluso a errar, y otra muy distinta empeñarse en negar lo que hemos dicho, lo que sabemos que hemos dicho y lo que todos los demás saben perfectamente que hemos dicho. Ciertos cargos públicos, como algunos ministros, deberían acompañarse de un asistente susurrante que pudiera recordarles la presencia de las cámaras. Algo así como cuando los generales regresaban a Roma después de una campaña victoriosa, con una larga fila de prisioneros y las riquezas expoliadas detrás, encabezando su ejército sobre una cuadriga y con el laurel en las sienes, manteniendo el gesto patricio con la mirada fija en las alturas. Entonces, en ese mismo espacio reducido del carro, justo detrás de él, siempre había alguien musitándole al oído: «Recuerda que eres mortal, recuerda que eres mortal», para que los laureles no se le subieran demasiado a la cabeza y el éxito militar no se convirtiera en asalto al senado o al sillón imperial. Pues algo así tendrían que llevar Marlaska y muchos otros, un asistente que les susurrara: «Recuerda que te están grabando, recuerda que te están grabando». Recuerda que has hecho una afirmación y que si dentro de dos días te decides a negarla porque te venga mejor, porque la realidad haya cambiado o porque tu argumento ya no case bien con las consignas, va a venir la gente en aluvión a recordarte que hace un par de días aseguraste lo que has dicho, aunque ahora lo niegues.

Cuando Fernando Grande-Marlaska se lanzó a las televisiones para acusar cada vez menos veladamente a la oposición en general y a Vox en particular de haber generado una situación de odio social que podía cristalizar en la agresión al muchacho de Malasaña, podía estar al tanto -o no, como ahora dice- de las dudas iniciales en la investigación. Se supone que si hay alguien que puede controlar ese tipo de cosas es el ministro de Interior, pero aceptemos que Marlaska se había entregado a la emoción catódica tras desentenderse de lo real, o la investigación en marcha, para subirse al tren de la consigna. Aceptemos que Marlaska, como ministro de Interior, estaba dispuesto a señalar no sólo a un partido, sino a sus votantes, como instigadores de un delito, sin preocuparse de saber esa letra pequeña que dinamita el titular. Marlaska tendría derecho a haberse equivocado al lanzarse al vacío, a reconocerlo y también a disculparse. Incluso tiene derecho a dimitir.

A lo que no tiene derecho Fernando Grande-Marlaska es a mentirnos. Y hacerlo con descaro, porque tenemos un presidente que lo hace abiertamente y nunca pasa nada. En su recorrido televisivo, afirmó el ministro de Interior: «Si se pasa esa línea y se llega a un discurso de odio, pues al final, claro, eso es un caldo de cultivo». También que «Cuando se pone en tela de juicio, como se ha puesto, por la ultraderecha, por Vox, leyes de derechos civiles, se genera ese caldo de cultivo». Después, cuando el propio muchacho confesó que todo había sido una mentira, porque se dedica a la prostitución masculina sadomasoquista y, con el culo grabado por la palabrita, que ya son ganas, no quería que su novio pudiera descubrirlo, Marlaska decidió que «Yo no he señalado a ningún partido».

«Si quiere se lo digo cinco veces o veinte, con Bildu no vamos a pactar». «Clarísimamente ha habido un delito de rebelión y de sedición y en consecuencia deberían de ser extraditados los responsables políticos». «No voy a permitir, con todos los respetos hacia los votantes de Esquerra Republicana, que la gobernabilidad de España descanse en partidos independentistas». «Aquellos que hoy ensalzan a Otegui y le llaman hombre de paz, convendría que recordaran las palabras y la memoria de Ernest Lluch». «No pactaré con el populismo». Si eso lo dice el presidente Sánchez aunque le susurren al oído que lo están grabando, qué puedes esperar de su ministro de Interior. Qué puedes esperar tampoco del pobre muchacho que se inventó la trola. Los tres son y hacen lo mismo. El reproche no es el error, sino la reiteración en la mentira impúdicamente y a la cara. Sin demócratas dignos, claro que se alimentan los extremos.

* Escritor