¿Nosotros reconciliación? ¡Nunca! Nos hemos ido justificando a base de rencor, de rabia y de resentimiento. Se vive más fácil sin tener que amar y construir. Pero la verdadera maldad está en el fondo. Y ese fondo no es lo que hablamos de ideas, ideales e idealismos, sino puros escondites egoístas de poder, de prestigio y de dinero, sobre todo de dinero, y por eso no hemos arreglado, ni creo que ya arreglemos nunca, nuestros problemas de convivencia, e iremos siempre a remolque de los otros países, y viviremos siempre como extraños en nuestra propia tierra y nuestro propio idioma. ¿Reconciliación? Desde hace cincuenta años he ido viendo que era imposible. Nuestros padres nos legaron restañadas todas las heridas, y bien que tuvieron que tragar unos y otros para que así fuera. Pero nosotros…, nosotros nos portamos con ellos como unos canallas, como unos malos hijos, y con las nuevas generaciones, como unos malos padres. ¡Tantos detalles en tantos días! Aquel recién llegado a la escuela, que obligaba a que sus alumnos, de ocho años, cuando pasaba lista, contestaran «presente» con el puño en alto. Y sonreía con sarcasmo y me decía: «Ya llegará la noche de los cuchillos largos». Y la dialéctica de las pistolas en esa nueva vieja pistola. Y aquí nos matamos todos. Y tantas novelas, películas, tertulias, para volver a encender el fuego del rencor, oportunistas que habían subido arriba gracias al franquismo, y que a medida que iban muriendo los padres, iban sacando más y más resentimiento, hijos ahora de la ira, para reinventar la Historia y contarla como un chiste o una banalidad, suplantando a los verdaderos historiadores, reinventado la República, la guerra civil, la dictadura; tantos arribistas que sólo viven del medro y la manipulación. Y hemos regresado a las tumbas de nuestros padres para ponerlos de nuevo a pelearse entre ellos convertidos en espectros, en los paredones de fusilamiento, en las trincheras, en los campos de concentración, en el exilio, en tantos sufrimientos, decepciones y penurias. ¿Reconciliación? ¡Nunca! Porque de lo que se trata es de vivir prendiendo fuego, y cuando arda, me voy y dejo abandonado al pueblo, y cuando el pueblo lo resuelva, vuelvo poniéndome medallas, violentando la memoria y encabezando la manifestación.