Educar y enseñar, siempre me interesó más la palabra enseñar, es semejante a ilustrar, revelar, invita a descubrir, a despertar nuevas posibilidades, nuevas opciones. Aunque las dos caminan paralelamente, educar suele llevar implícito connotaciones como adoctrinar, persuadir y, depende de quién ejerza, pueden resultar inquietantes o poco recomendables.

El Ministerio de Educación de nuestro país debería, para no entrar en sospechas ni en derivaciones que vislumbran instrumentos de conversión, llamarse Ministerio de Enseñanza, evitaría irrumpir, como proyecta de manera subrepticia, en prácticas de carácter moralista. En este nuevo curso escolar se prevé la introducción de capacidades emocionales con perspectiva de género en la asignatura de Matemáticas y otras materias de Primaria. Con este tipo de educación quieren «combatir actitudes negativas y erradicar ideas preconcebidas con el género...», además se podrá pasar de curso sin haber aprobado el anterior. Este enfoque de enseñanza «socioemocional» se expone de manera idealizada para conseguir que los niños, desde su más tierna infancia, se encaminen hacia un modelo de perfección ideologizada. Me imagino que algunos padres aplaudirán por el trabajo que se pueden ahorrar cuando lean los objetivos que se pretenden conseguir con sus hijos/as/es -hablando en inclusivo-- como: «reconocer las fuentes del estrés, aprender a obrar de acuerdo a las normas de convivencia o adquirir habilidades para la resolución de conflictos» de esta manera «deben aprender a dirigir su conducta según criterios propios». Me parece una entelequia conseguir estos objetivos con las horas lectivas que hay, salvo que se eliminen contenidos, que parece que sí. De momento es un borrador que llega a las autonomías para un periodo de reflexión. Trabajar en el aula para conseguir equilibrar impulsos, educar en valores democráticos, ecosociales y gestionar emociones -es de suponer que los progenitores lo han ido haciendo desde que sus hijos nacieron-, es un currículo denso y paranormal con muchas posibilidades de que los profesores se pierdan en el intento y siga mermando la calidad de enseñanza.

Si nuestro sistema educativo ha ido perdiendo capacidades formativas en las últimas décadas -la prueba más evidente está en la valoración de nuestra Universidad, que está bajando puestos en el ranking internacional-, esto significa que la calidad de la enseñanza es cada vez más exigua con las consiguientes consecuencias negativas en el avance de la economía del bienestar de nuestro país. Es necesario construir una enseñanza basada en el conocimiento para que mejoren las facultades humanas. La educación no se consigue en las aulas, en ellas se deben dar enseñanzas con puertas abiertas a la cultura, a la ciencia, al entendimiento, a la creatividad y a las capacidades. La base de la educación está en el respeto hacia los demás y esto se consigue con los conocimientos que se adquieren previamente en las aulas llevados al entorno familiar. La cultura general es el paradigma de la sabiduría, venía a decir María Montessori, también «la mayor señal del éxito de un profesor es poder decir: ahora los niños trabajan como si yo no existiera». Formar en la adquisición del saber junto con una educación en el seno familiar es el mejor complemento para el desarrollo integral del niño y del joven.