Agosto dejó, o no fue nunca, un mes sin noticias. Antes, las ‘serpientes de verano’ trataban de llenar algunas páginas de periódico para evitar cierto vacío informativo. Ahora no es necesario. No hay solaz en un mes que cada año es más corto y menos aburrido. No, no voy a escribir de Afganistán. Se ha dicho todo o casi, por los que saben y por los que casi nada saben. Solo me sirve como referencia para ver de qué modo la voracidad de los acontecimientos internacionales cambia lo que es noticia de portada y en pocos días pasa a desaparecer completamente de la agenda informativa. Apenas iniciado el verano, en julio, las calles de algunas localidades de Cuba, incluyendo la capital, se llenaban de personas cansadas del lema «Patria o muerte» y hacían suyo el de «Patria y vida» que había sembrado a finales de 2018 el Movimiento San Isidro. Los intentos del gobierno cubano de regular y controlar la creación artística a través del decreto 349, en un texto normativo que venía a reforzar la censura que existe en la isla desde hace décadas y que debiera escandalizar a cualquier demócrata, pusieron en marcha la reacción de una parte de la sociedad cubana que ya no encaja en el modelo político nacido de la revolución castrista. La semilla estaba plantada y la crisis de la pandemia unida a los efectos de un bloqueo inhumano echaron a las calles, en una insólita protesta, a miles de cubanos. Ese decreto trata de controlar a quienes hacen cultura más allá de las instancias oficiales en lo que allí se viene en llamar el «cuentapropismo». Amnistía Internacional, institución poco sospechosa espero, afirmaba que el decreto «augura un mundo artístico distópico en Cuba». Cierto es que cuando los dinosaurios van a morir más estruendoso es el ruido de su caída. Y el actual gobierno de Cuba, más que un lagarto, es un decrépito dinosaurio incapaz de dar respuesta a una sociedad que además de salud y educación quiere libertad.

Sea como fuere, esta nueva vuelta de tuerca de un régimen que se empeña en limitar las libertades de sus ciudadanos, ha dado pie a que ese movimiento en favor de la libertad, no solo creativa, ponga en guardia a los restos de los herederos -con Díaz-Canel, protegido por Raúl, a la cabeza- de un sistema que ha colapsado. Decir que, en comparación con los países de su entorno, Cuba tiene una mayor estabilidad y una mejor sanidad y educación que ningún de ellos y que sus éxitos deportivos son muy superiores a otros países con mayor renta, siendo totalmente cierto, no resuelve el problema estructural de falta de libertad y democracia. Lo fácil es alcanzar objetivos mediante «ordeno y mando». Ya sabemos que construir y vivir en democracia es mucho más complejo, pero abarca a una mayoría social infinitamente más amplia y no solo al criterio de unos pocos, aunque sean muchos. Es como si ensalzáramos a la dictadura de Franco por su política de vivienda pública -que es destacable- o a Rumanía por sus éxitos olímpicos con Ceaucescu o a la Unión Soviética por sus indudables avances en investigación en muchos campos del saber. Por supuesto que desde planteamientos no democráticos entiendo que se propongan estos argumentos, pero no desde quien se dice demócrata y de izquierdas.

Estoy completamente a favor de que se derogue la ley Helms-Burton con todo lo que supone su embargo a la economía cubana, pues en realidad a quien hace sufrir es a la población y en mucha menor medida a sus dirigentes. Este embargo no puede continuar siendo un argumento para justificar el mal funcionamiento de la economía cubana, porque no puede seguir tapando, por ejemplo, el desastre que ha sido la gestión política de la agricultura y la ganadería cubana durante muchas décadas. De ello, el embargo no tuvo demasiada culpa y sí la pésima planificación centralizada plurianual elaborada desde el gobierno.

A partir de este avance, que supondría para Biden enfrentarse a parte del lobby cubanoamericano de la Florida, sería necesario asumir que el régimen cubano necesita abordar una transición a la democracia desde el diálogo entre cubanos. Cuba tiene un capital humano excepcional y un potencial económico que ya demostró en el pasado su fortaleza, con unos niveles de prosperidad muy superiores, por ejemplo, a España sin ir más lejos. Cuba no puede quedar en manos de los que salieron a las calles con bates de béisbol, distribuidos por las calles en autocares del gobierno, para reprimir a quienes solo pedían libertad. No puede quedar tampoco al socaire de los que pedían a Estados Unidos que autorizase una nueva invasión de la isla, por cierto, olvidando lo que les pasó en Bahía de Cochinos. Si el camino es solo ese, lo normal es que el dinosaurio se resista a morir y los nostálgicos de Miami sigan proponiendo una solución intervencionista que nunca le fue bien a Cuba, ni en 1898 cuando Estados Unidos se quedó tutelando la flamante república, ni en los ominosos años de Batista. Y en medio el hambre y el racionamiento, la desesperanza y el dolor seguirán campando entre el pueblo olvidado de unos y otros y enarbolado por unos y otros.

Solo una transición democrática pacífica, en la que todos asuman la necesidad de reconciliación y renuncia para construir una nueva Cuba libre y democrática, debe ser la vía hacia un futuro que no puede seguir anclado en «Patria o muerte», ni en el resentimiento y el deseo de venganza de algunos desde la otra orilla. Sinceramente es muy complicado. Se me antoja que la situación de partida es mucho más compleja que la de la España de los años setenta, su realidad es otra. Sin embargo, algunos postulados que aquí se emplearon para cambiar el futuro, allí también tendrían cabida. El desafío merece la pena, pero hace falta mucha altura de miras y dejar de lado a los dogmáticos, los intransigentes y los mezquinos de ambos lados y apostar por la mayoría del pueblo, el de dentro y el de la diáspora, que seguro que prefiere sumar la patria y la vida a seguir enredando en la quimera de la gloria de la muerte.

** Catedrático. Universidad de Córdoba