De una forma u otro, agosto y el verano siempre acaban. Las vacaciones nos arrastran a un estado comatoso de relax, como si estuviéramos fuera de nuestra vida, que no queremos que acabe nunca, repleto de risas, reencuentros, helados, siestas, películas, viajes, series... Y todas esas cosas que otorgan a agosto un lugar sagrado en nuestra memoria y que nos hacen ansiar de nuevo el próximo verano ya, pronto.

Si hay un libro imprescindible para esta fecha, sin duda es El final de todos los agostos, de Alfonso Casas. Es tan bello y nostálgico como pueden llegar a serlo nuestras vacaciones tan ansiadas. Hemos respirado mar, hemos olido bosque o hemos paladeado sabores de infancia quizás. Repasamos todas y cada una de las instantáneas que hemos atesorado en nuestros ojos para que no se nos escape ni un solo momento especial de este agosto. Cada bocado de este verano que por fin ha sido un verano propiamente dicho.

Después de la pandemia y el confinamiento, aunque aún sigamos luchando contra el virus y llevemos la mascarilla y el gel siempre encima, ya nos tocaba algo de luz, de disfrute pleno. Una vez vacunadas, hemos podido viajar, estar con la familia, salir a cenar, hacer pícnics al aire libre... y sonreír como llevábamos años sin hacerlo. Muchas hemos echado de menos las verbenas, su música, sus bailes y su toque cañí, porque ahí nos enamoramos más aún de la persona que duerme a nuestro lado cada noche.

En sí, este ha sido un verano a lo Wes Anderson: bellísimo, casi perfecto. Ahora que volvemos con las maletas a casa, nos aferramos a los helados y al sol al otro lado de la ventana. A los planes y conciertos que aún podemos robarle a septiembre para, poco a poco, situarnos en la vida nueva, en todo lo que está por venir. A muchas le tocarán cambios que las harán crecer por dentro, a otras un nuevo curso y a algunas más camas de especial.

Para mí, septiembre es el mes en el que mis sobris crecen y comienzan una aventura nueva y los años nuevos comienzan tras Nochevieja –es lo que tiene hacerse mayor–. Reconozco que yo soy más otoñal, que siempre me mantengo a la espera de esa nueva estación. Al fin y al cabo, si una tiene el pelo color noviembre (como escribe María González), ¿por qué va a ser el otoño menos esperanzador que el verano?

* Escritora