Luego de la hazaña cultural que supuso, según se recordaba en el artículo precedente, la fundación en plena postguerra de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos, no todo fue, desde luego, coser y cantar… Mas, contra todo pronóstico, los cuadros intelectuales que la articularon vencieron los obstáculos de mayor envergadura opuestos a la consolidación del flamante organismo. Las Facultades Humanísticas sevillanas prestaron una colaboración inestimable al afianzamiento de la institución con la incorporación a sus tareas de catedráticos y profesores -por fortuna, también alguna docente-, llamados en su mayor parte a convertirse en verdaderas personalidades de las Letras y el Derecho de los países hispanoamericanos, a la manera, entre otras muchas, de figuras como D. Manuel Giménez Fernández o D. Juan Manzano y Manzano. Como eximio precursor de sus afanes se alza, a la fecha, el mayor especialista en arte hispanoamericano, el onubense D. Diego Angulo Íñiguez (1901-86), quien rigiera esta cátedra en la Sevilla de sus amores antes de marchar a Madrid, ciudad en la que desempeñaría por indiscutibles méritos tanto la dirección de R. Academia de la Historia y del Museo del Prado. En la rectoría de la Academia de la Historia le sucedería otro americanista de gran relieve: el canario Antonio Rumeu de Armas (1912-2006), en posesión de obras auténticos monumentos de erudición la más alquitarada.

A la vera de parte de los grandes nombres susomentados, y siempre bajo la batuta del que todavía hoy puede ser considerado -al menos en algunas parcelas esenciales- como el especialista más descollante en el decisivo reinado de Carlos III (1759-88), el ya citado Rodríguez Casado, un cada vez más copioso haz de jóvenes licenciados se incorporaron con armas y bagajes al cultivo, a la sombra también tutelar y protectora del Archivo de Indias, de un hispano-americanismo pronto cotizado como valor muy en alza en la bolsa de la investigación nacional y extranjera.

El onubense-sevillano Florentino Pérez-Embid (1918-74) fue el primero en sobresalir en gavilla tan abrillantada, con una esteva tan novedosa como la de los estudios acerca de los descubrimientos geográficos, piedra angular de las labores investigadoras acerca del fascinante e irresistible imantador, a la fecha -estío de 2021-, de las mentes telúricamente más inquietas: el italiano Cristóbal Colón. Sin casi solución de continuidad se le unieron nombres con posterioridad áureos del hispanoamericanismo -v. gr., el sevillano A. Muro Orejón, el mejicano J. Antonio Calderón-Quijano, el turolense Guillermo Céspedes del Castillo, el grancanario F. Morales Padrón, el navarro O. Gil-Munilla, el tinerfeño Fernando Armas Medina-, antes de que a finales de la década de los 50 se incorporase, una vez concluidos sus estudios en la Facultad de Letras Hispalense, gran parte de sus alumnos más destacados en la rama de Geografía e Historia. Congresos, revistas, coloquios, seminarios demostraron ad sacietatem el prestigio e influjo de todas las actividades concernientes a la Escuela de Estudios de Hispanoamericano. Precisamente en uno de estos congresos de comedios de los 40 se produjo un acontecimiento en extremo feliz en el ámbito de la cultura española. Un superdotado catedrático de un machadiano ‘Instituto rura’, el de Baeza, el ampurdanés Jaume Vicens Vives (Gerona, 1910-Lyon, 1960), trabó cordial y mutuamente admirativo conocimiento con Rodríguez Casado y muy estrecha y crucial amistad con F. Pérez-Embid, quien obtuviera en marzo de 1949 la cátedra hispalense de Historia de los Descubrimientos Geográficos, un año y medio antes de su designación, previa nueva oposición, para la madrileña del mismo título.

Prestos a abordar el tercer y último capítulo de la presente serie, se comprueba y sobradamente que ha habido todo un compacto y luminoso capítulo de la historia de la cultura nacional consagrado a la investigación y análisis de la incomparable obra de España en el Nuevo Continente. Bienvenidas sean y de forma muy subrayada las nuevas firmas y generaciones incorporadas a tan inestimable labor. Pero siempre, obvio es, que no se olvide la inmensa y grandiosa construcción bibliográfica sobre la que asienta.

* Catedrático