Al contrario de la siesta ‘de pijama y orinal’, que propugnaba el insigne gallego Camilo José Cela, en Andalucía en la actualidad solo hay dos tipos de siestas decentes: la que se duerme con un documental sobre bichos y la que se echa viendo en la tele deslomarse a un montón de gente haciendo deporte. De la primera modalidad, la que precisa ese documental de animales de La 2 o de National Geographic, poco hay que explicar. Con el gazpacho en el estómago, la modorra y el tono plano y con largos silencios del locutor… pocos llegan despiertos para saber algo de la adolescencia del ñu, ese bicho que parece estar en plantilla en todo documental de animales africanos que se precie. Si hay un documental de leones, el ñu cae para el desayuno; si es de hienas, al almuerzo; los buitres comen ñu a media tarde y a la hora del baño… los cocodrilos. Todos pillan ñu en los documentales mientras que uno cabecea.

Luego están las siestas con una retransmisión deportiva, particularmente en años de olimpiadas o cuando coincide el Tour de Francia o la Vuelta Ciclista a España. Son momentos de sopor con otro matiz. Digamos que, usando un término de moda, es una siesta más «proactiva», a mitad de camino entre la culpabilidad (quizá por estar apuntado en un gimnasio y no ir en meses) y cierta solidaridad, como si les quisieras decir al grupo fugado y al pelotón de ciclistas que los persigue que «estoy con vosotros y os admiro mientras os reventáis los riñones subiendo esa montaña. Tanto que en vuestro honor voy a echar una cabezada de esas que se cae la baba por la comisura de la boca».

Sin embargo, para un servidor, y seguro que no es el único, todo ya cambió el pasado 25 de agosto sin tener que esperar a la significativa fecha de hoy, con el inicio del mes en el que mejores propósitos se hacen. Fue cuando la Vuelta Ciclista a España llegó a Córdoba y, aún sin salir de casa, era casi obligado seguir en la pantalla de televisión desde ese sofá de la siesta el paso de los deportistas por las calles por las que uno camina día a día. Más aún coincidiendo en aquella jornada con la inspiradora medalla de oro del ciclista rambleño Alfonso Cabello en Tokio, que contribuía a que la tarde tuviera algo que llamaba a dar por terminada la época de los cabezazos tras el almuerzo. Como si el curso hubiera comenzado anticipadamente coincidiendo también con una Córdoba donde las máximas de calor son ya soportables, en la que se agolpan los proyectos para este otoño y en una ciudad que espera acelerar su recuperación económica, especialmente en la hostelería, tras descender los siempre trágicos datos de la pandemia. Nos esperan unos meses otoñales de trabajo más duro que otros años. Así que, a todos, feliz curso. Es hora de dejar esa siesta global de la ciudad que a uno se le hace larga. Lo que no significa que se deje de disfrutar. A fin de cuentas, el mejor momento de una cabezada es cuando uno despierta.