Las empresas falsificadoras de camisetas deportivas de marca guardan ahora cierto parecido con tiempos legendarios del periodismo escrito. Como la crucial decisión del Washington Post de publicar los papeles del Pentágono, en muchos polígonos chinos ya se habrá tomado la decisión de estampar millones de zamarras apócrifas del Real Madrid con el nombre que todo lo llena en estos momentos de incertidumbre: Mbappé. Aún a riesgo de las pérdidas, todo ha de estar preparado para que en el regateo efímero de los Top mantas, o ese más enseñoreado de los baratillos, pueda obtenerse ese blanco objeto del deseo antes de que la poderosa maquinaria de Chamartín pusiese a la venta la elástica oficial.

Escribo estas líneas en el momento álgido de esta novela balompédica de suspenso, cuando Florentino puede volver a coronarse -chiste fácil vinculado con el calificativo del club- o revivir un nuevo gatillazo cual fue el de la contratación de De Gea. Hay que recordar que las Ciudades Estado no quedaron circunscritas a las polis griegas. Hoy también, haberlas haylas, como asimismo irrumpe algún Club Estado. El más significativo, el que teresianamente todo lo abarca, es el qatarí instalado en la Ciudad de la Luz, aunque para el ADN religioso de sus patrones les cueste digerir que París bien valga una misa.

Porque estaría muy bien el imperativo categórico del simple placer del buen juego y el gol, amén de la maravillosa catarsis de la victoria, privilegio que se nos otorga a la simpleza de los forofos. Pero para los dirigentes del Madrid y el PSG priman más el poder y la manteca, derroteros tradicionales para la gloria. El deporte, y el fútbol en particular, se habría achicado hace tiempo si se le hubiese extirpado ese componente épico. A Florentino no deben chirriarle los oídos al compararlo con un Habsburgo mayor, al igual que Al Khelaifi se henchiría viéndose como Suleimán en alianza con Francisco I.

Florentino ha lanzado un ultimátum, vocablo que evoca las amenazas cinéfilas antiguas de metálicos extraterrestres de cartón piedra. El mundo se dio un ultimátum en Kabul, para determinar los elegidos entre vivir en el terror o adquirir un pasaje para la ilusionante decepción de Occidente. Pero para la egolatría del hincha sus pensamientos los ocupa el lugar donde jugará el futbolista francés. Biden rezuma la introspección del segundo presidente católico de los EEUU, elevando unas plegarias por los propios inmolados en aras de que alguno de los elegidos encuentre su futuro en una Tierra que no será la prometida pero que se muestra como el reverso del fundamentalismo. El presidente del Madrid rezará al Dios del Decálogo para que en el último minuto no se le escape ese retorno de los galácticos.

Afganistán es ahora el epicentro de la angustia para quienes se sienten atrapados en el macabro dilema de que pensar o actuar es sinónimo de morir. Y aún así, existirán catacumbas blancas, madridistas del Panshir que en la clandestinidad sublimarán sus sueños con una camiseta falsificada de Mbappé.

* Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor.