En el peor de los mundos posibles, que es ahora mismo Afganistán, como han sido y serán tantos otros, en medio de la enmienda a la totalidad que ha supuesto el fracaso de la democracia exportada y teledirigida desde Occidente. Ante un presente de desesperación y un futuro probable de guerra civil y atentados terroristas como colofón a la salida norteamericana de un país controlado en el siglo XIX por Reino Unido, en el XX por Rusia y en el XXI después de los americanos por una China deseosa de reforzar su rol de potencia global, hay un grupo de personas actuando en el presente intentando hacer lo más difícil, salvar vidas.

Frente al nihilismo en el que todos podríamos caer sobre la imposibilidad de modificar las dinámicas de las superestructuras que dirigen el destino de todos nosotros, la acción coordinada de un equipo de 350 efectivos de seis ministerios en la evacuación de españoles y afganos colaboradores con el gobierno huido más el trabajo de organizaciones como Cruz Roja en la llegada a España, y las gestiones personales de periodistas, diplomáticos o activistas pro derechos humanos han tejido una red de micro acciones en medio del caos que han salvado a centenares de personas de una muerte anunciada. Insuficiente, sí, pero el valor de cada vida rescatada merece cualquier operativo. La acción humanitaria, cuando a lo único que se puede ayudar es a huir, genera claramente impotencia entre todo el mundo, sobre todo porque somos conscientes de que muchos caerán, que los que salgan del régimen del terror en su vida de constantes refugiados son además privilegiados.

Pero las acciones por mínimas que parezcan deben continuar, el maximalismo no nos lleva más que a la parálisis y aunque no sean más que parches, a muchos le devolverán a la vida. Sin los parches que ayudan a frenar el hambre en el mundo, la acogida de los migrantes escapando de la miseria y la violencia, la desigualdad en los países en desarrollo, la realidad para millones de personas que esperan una distribución más justa de la riqueza y unas relaciones geoestratégicas equilibradas sería bien distinta. Personas ayudando a otras personas, es el único reducto de esperanza que nos queda en este conflicto o en cualquier otro, la fuerza de la solidaridad que no debemos olvidar desde donde estemos cada uno. Primero es obligado el reconocimiento a todos los trabajadores y voluntarios que han posibilitado la evacuación y la acogida en Madrid, y después debemos permanecer atentos al desarrollo de los acontecimientos porque solo manteniendo nuestro interés y el foco mediático sobre los afganos hará que tengan alguna posibilidad de supervivencia.