El final del verano llegó y tú partirás. Cada vez que veo el cartel del concierto del Dúo Dinámico por las calles de Córdoba pienso: el tiempo no ha pasado para este par de jovenzuelos que guardan el secreto del encanto. Hay un misterio interminable en el final del verano, el hecho de partir y el Dúo Dinámico. Lo que septiembre ofrece, su reserva de vida al otro lado de la realidad rumiante del calor. Este castigo, toda esa sequedad que raspa los pulmones y la cordialidad de las cosas sencillas. Sin embargo, también toda esta asfixia tiene algo de preparación, de un entrenamiento para la resistencia de vivir. Me gusta que termine agosto porque prefiero septiembre: esas tardes cortas, su contienda de sueños vislumbrados a medias. Estamos recuperando sensaciones como los deportistas después de una lesión larga porque la pandemia nos ha convertido, más o menos, en deportistas después de una lesión larga, y eso los que podemos volver a saltar el campo y pedir el balón para jugarlo. También antes de la pandemia había quienes estaban tan apartados de los terrenos de juego que la única ocasión para brillar estaba en la melancolía por lo lejano. Pero después de este tiempo estamos igualados en la pérdida, en el desgaste y la devastación. Si encima miras hacia Kabul y escuchas el silencio tan sonoro del feminismo patrio ante lo que les espera a las mujeres de allí, mejor que te quedes con las brisas de los atardeceres en septiembre, su cadencia de voces contando las almenas de unas cuantas murallas prodigiosas. Lo único que nos enseñan las noticias es que cuando parece que nada puede emporar, empeorará y mucho. Lo que en las teorías económicas consiste en tocar fondo no tiene el mismo sentido en la vida desnuda. Porque en la vida áspera y cortante, fuera de doctrinas económicas y de las canciones del amor perdido al final del verano, siempre se puede empeorar, siempre existe ese margen de precipicio o pérdida en el aire. Pero también uno puede salvarse siempre si vuelve a escuchar una canción del Dúo Dinámico, si pasea por la ciudad en ese trecho heroico entre, por ejemplo, Las Ollerías y la Casa del Libro, en las primeras horas de una tarde de agosto, y te encuentras con los rostros invencibles de esos dos muchachos, que han sido poetas de la juventud y hoy nos miran, cuando nosotros ya no somos jóvenes, para seguir cantándonos.

En septiembre se empiezan las colecciones o esos otros ritmos de la vida que nos hacen partir hacia nosotros mismos. Esa capacidad de redención, de volver a escuchar otros latidos más en el interior que en la conquista de los cuerpos dorados. Uno siempre piensa en esas playas que pueden deslumbrarte sobre cualquier península de piel, pero lo cierto es que nos espera otro amor recoleto, más pausado, mucho más meditado y más rotundo en las tardes cobrizas de septiembre. Qué misterio hay en tus ojos, decían estos poetas, y lo siguen diciendo. A mí lo que me gusta del otoño es que siempre parece que te ofrece otra oportunidad. Como cuando llega a Córdoba la Feria del Libro antiguo, y te encuentras con todos esos tomos que aún esperan las manos que los abran, los ojos que recorran esas caligrafías de vivencias pendientes. Escribir es tejer tu propio mapa para escapar de Ítaca, o para no volver. Leer es ser testigo de ese sueño hasta hacerlo posible.

Hace pocos días me decía una buena amiga que la pone algo mustia el final del verano. Es como acabar una novela que ha tenido un final distinto al esperado, o igual que abandonar nuestra hamaca en la arena sin que la eterna rubia se aproxime a ese punto de guardia que nos brilla en los ojos para cruzar los límites. Me gusta que regresen los aires de septiembre porque son relajantes, porque la expectativa se ha calmado y ahora se degusta esa otra calma de la aceptación. No es que hayamos dejado de soñar en septiembre, no es que hayamos dejado de escribir y vivir, de cruzar océanos de fuego a través de calles soleadas con cuarenta grados a la sombra sólo para ojear las novedades de la librería y disfrutar su aire acondicionado, sino que la tarde adopta otras maneras algo menos ardientes e intimistas, más reconocibles en el tacto sonoro de la historia pendiente. Todo eso, claro, si te gusta el otoño y crees en la sorpresa natural de existir.

Cuando el Dúo Dinámico llegue al fin a Córdoba esos carteles rojos ya habrán palidecido ante el último calor del verano. Qué más da. Creo en el espejo de septiembre y en esas sonrisas que nos miran por dentro hasta salvarnos.