El fallecimiento de Charlie Watts, batería de los Rolling Stones, traslada mi memoria a los años 60. En 1962, durante mi primer viaje a la República Federal de Alemania -a Hamburgo- empecé a oír sobre bandas musicales juveniles que competían en los tugurios hanseáticos con el rock americano de Elvis Presley. En aquella España, algo pacata con esta clase de música, a mí me interesó y me atrajo gracias a mi mente periodística. Más tarde, como corresponsal de Europa Press en Londres, asumí con naturalidad la beatlemanía. Viajé a Liverpool y visité la ‘Cavern’, donde tuvo lugar el despegue a la fama de John, Paul, George y Ringo. Eran distintos en su peinado y también en la letra de sus canciones; lo importante era la música.

La beatlemanía se extendió a Estados Unidos en 1964 e incluso llegó a España un año más tarde. Actuaron en Madrid y en Barcelona pese a las críticas de los que no comprendían el aspecto de aquellos tipos ni su música. También fui testigo en Londres de la irrupción de los Rolling Stones. Leí en un periódico: «¿Dejaría que su hija se casase con alguno de este grupo musical?». Su aspecto era desaliñado y la forma de actuar, obscena. Con una excepción, la del batería Charlie Watt, siempre atildado y con una personalidad distinta a la de Mick Jagger. Incluso actuó con corbata en más de una ocasión y nunca vistió al estilo rockero. Andreu Oldham, que trabajó con los Beatles y más tarde representó a los Rolling Stones, pidió a los beatles John Lennon y Paul McCartney una canción. Pretendía que los Rolling fueran la antítesis de los Beatles, pero iguales en fama.

* Periodista