No os preocupéis, que Biden ha advertido al Estado Islámico de Jorasán que «no perdonaremos, no olvidaremos, os vamos a cazar y os lo haremos pagar». Ya sabemos lo que eso representa: que en algún momento va a caer una hilera de bombazos en un lugar que aún no conocemos y a quienes no sabemos, que pueden ser culpables, o no tanto. Pero no representa nada más, y eso suponiendo que represente algo. Este patetismo del presidente simboliza bien lo que está ocurriendo todavía en Kabul. Biden lidera la escapada desde Afganistán y sus amenazas ya no son ni el canto del cisne de la realidad. Se ha concentrado la evacuación en un solo lugar, el aeropuerto de Kabul, que ha acumulado ahí todo el riesgo de atentados, que ha sido tan cierto como se ha anunció al principio. Se podría haber buscado una doble vía de evacuación, pero parece ser que requería, para asegurarla, la presencia de diez mil marines más, cuando la prioridad era salir corriendo. Ahora el estallido convierte lo horrible en lo peor y Kabul es el escenario de la desolación. Más allá de los análisis estratégicos y el derrumbe estadounidense, se evidencia el fracaso internacional.

Tampoco la Unión Europea es nada realmente -en este mundo nuestro que sigue siendo el de siempre- sin fuerza de intervención. Hemos vivido el sueño de la cortina diplomática para salvar el mundo, pero los países solo se defienden con el sable en los dientes. Es lo que ha necesitado la gente que ha reventado despedazada por los dos coches-bomba o la que se ha quedado atrás: un corredor que los asegurara, una fuerza real que pudiera salvarnos del salvajismo talibán alrededor del aeropuerto. Viendo las imágenes del aeropuerto de Kabul, tras felicitar al ministerio de Defensa y de Exterior, al embajador y a todo el personal que ha participado, lo que se manifiesta es la caída o la extinción de un modelo. Frente a determinados enemigos, la diplomacia sin fuerza detrás solo garantiza el exterminio de los inocentes.

* Escritor