En agosto siempre llega la tregua, que es como hacer que las cosas no pasan, aunque sigan pasando. La tregua de agosto es calurosa y tiene tintes dramáticos que hacen que sea una tregua de titulares adversos y noticias que nos quitan el sueño, pero poco, porque cuando se está en tregua lo mejor que se puede hacer es pensar poco, sentir poco, hablar poco y leer nada.

Este mes está siendo el mes del terror en Afganistán que se extenderá durante décadas ante los ojos y los oídos tapados de Europa y América, que harán como que siguen en tregua. También es el mes de las no fiestas que congregan a miles y miles de personas para recordar que ese día, justamente ese día de agosto, es el día grande de sus fiestas patronales que el covid ha borrado de todos los calendarios, pero no de sus corazones y el corazón, ya se sabe, acaba imponiéndose a la razón y más en periodo de tregua.

Hay treguas que son pura inspiración y otras llegan de la mano del mismo demonio para dar paso a un septiembre repleto de acusaciones, malos pensamientos y peores decisiones. La tregua tiene un sonido que reconocemos al instante por su falta de agresividad y tiene un ‘tempo’ que viene marcado por los rostros alejados y relajados entre bronceador y noticias que dejan caer porque estamos en tregua y nadie o casi nadie percibirá esa inversión millonaria para la ampliación de una zona esquiable que esconde fines claramente especulativos. Es lo que tiene la tregua, que todo lo deforma y lo anestesia y así las cosas que son lo que son, parecen lo que no son. Todo un desafío que la tregua sabe medir y contabilizar siempre a su favor.

La tregua es necesaria, dicen los que saben manejarla y navegan sobre ella con suavidad y maestría, y es narcotizante, quizá uno de sus efectos más terapéuticos, ya que nos hace ver las cosas con cierta amabilidad y en los fuegos que arrasan nuestros montes y devoran pueblos y ciudades solo vemos el fuego y no el desastre natural al que hemos contribuido a lo largo de décadas y al que seguimos contribuyendo con nuestra dejadez y falta de amor hacia nuestros bosques, que siempre nos han protegido y a los que hemos abandonado sin limpiarlos ni reparar sus enormes cicatrices, como si no existieran o simplemente fueran de cartón piedra.

La tregua tiene el cinismo de los mentirosos, se revuelve incómoda cuando presiente su fin, puede llegar a ser sanguinaria y su fecha de caducidad tiene un color neutro, casi de ojos que despiertan del sueño y en filas ordenadas se ordenan rigurosamente a la espera de una nueva tregua que llegará para hacer amables los dolores.

* Periodista y escritora