Se acaba lo bueno. Es la frase que repetimos muchos cuando se aproxima el final de las vacaciones. Qué pena. Atrás dejamos los días sin reloj, la playa, la montaña, tomar el fresco en el pueblo hasta bien entrada la madrugada, las maratones de series y películas en tardes de canícula, la cervecita con amigos, las canciones del verano... Toca volver a madrugar, a notar el frío en los huesos, a preparar la vuelta al colegio, apretarse el cinturón para la cuesta de enero en septiembre, a retomar hábitos... adiós verano, hola rutina.

Volvemos a afrontar el cambio de armario y, a la vez que guardamos el bañador y la toalla para hacer hueco a los jerséis y las chaquetas, experimentamos una especie de ilusión por lo que está por llegar. No sé si les pasa también a ustedes. Pensar en estrenar agenda, retomar el inglés o reencontrarse con los amigos de cara al nuevo curso le da a uno cierta sensación de optimismo. Quizá haya una explicación científica y sea una respuesta inteligente del cuerpo humano. Instinto de supervivencia para esquivar una depresión posvacacional. O quizá solo responda a un reduccionismo inconsciente para hacer frente a un futuro repleto de incógnitas. Sea lo que sea, a muchos nos funciona para entrar en septiembre en modo on.

También suele ayudar hacer balance de lo hecho en verano. Muchos dicen que en agosto no pasa nada, es un mes anodino. Para nada. Hace tiempo que eso cambió. Personalmente son tiempos de desconexión, de relax, de cambio de paisaje y vida urbanita por otra más rural, de cambio de zapatos por chanclas. Socialmente ya saben todo lo que ha pasado. Crisis en Afganistán, dificultades en Ceuta para dar una solución a los menores que llegaron desde Marruecos, terremotos, incendios. Situaciones excepcionales como estas y otras tristemente habituales que ni siquiera en verano cesan. Asesinatos machistas, violaciones, agresiones homófobas, robos en casas, accidentes de tráfico...

La vida sigue con o sin nosotros, con o sin ganas, con o sin pandemia. Porque aunque este verano hayamos intentado engañarla, ella nos ha recordado que no se ha ido de vacaciones. Si han salido al extranjero, habrán pensado cuán distinta es la realidad coronavírica. En algunos países la mascarilla ni siquiera es obligatoria para entrar en los comercios. En otros exigen el certificado de vacunación hasta para entrar en los bares. Pero es lo que toca mientras el virus no se despida definitivamente. Sentimientos encontrados, una vez más.

* Periodista