El siglo XXI avanza a una velocidad de vértigo y, quienes estamos en el mundo de las letras, nos convertimos en testigos de un tiempo pasado del que quizás puede aprender aún el actual. Somos de otra generación, pero los jóvenes pueden aprender de ella. Yo me siento verdaderamente cómodo en este siglo de la tecnología y la información, y no me considero en absoluto un retrógrado.

De lo que hablo es de una transformación muy profunda de los modelos culturales, de la que no parecen darse cuenta a veces en la universidad, a la que he dedicado mi vida.

En mi juventud redactábamos tesis doctorales de tres mil páginas, tecleando incansablemente sobre una máquina de escribir con cuatro copias de papel carbón. Hacíamos dos cursos con varias asignaturas de doctorado. Y luego publicábamos en su caso un resumen de la tesis doctoral en un libro de 300 páginas. Hoy las tesis en humanidades no tienen extensión superior a 200 páginas, y van asociadas a un complejo entramado de cursos, asistencia a conferencias y ciclos, publicación de artículos previos en determinados medios, y todo ello unido a la peculiar y farragosa burocracia informática que aqueja a los profesores de nuestra universidad actual. La causa es creo la mimetización de los modelos universitarios norteamericanos, en los que por cierto el hispanismo está desapareciendo, y ese es tema para otro artículo... Copiamos lo peor del sistema científico anglosajón, que no es transferible a las humanidades...

Y las editoriales... Invito a los lectores -casi todos son ya lectoras- a que comparen los fondos editoriales actuales de grandes sellos, con las obras que ellos mismos publicaban en los años 70, en plena época tardofranquista... Muchas editoriales buscan hoy, para sobrevivir, tan solo libros que den dinero, no que den prestigio o tengan valor. Se impone el mercantilismo y se ahoga el arte.

Pero también en el cine: comparad ‘Blancanieves’ de Pablo Berger (2012), por ejemplo, con la coetánea cinta norteamericana del mismo tema... que es un carísimo producto infantiloide sin valor. Comparad nuestro ‘Grupo 7’ (2012) de Alberto Rodríguez con las películas policíacas americanas. Comparad ‘Celda 211’ (2009) de Daniel Monzón con el cine americano de cárceles. Y se ve la diferencia de calidad, con muchos menos medios. Y sin embargo el maravilloso cine español se ve abocado ahora a abandonar su originalidad y valor, para copiar modelos norteamericanos de películas de violencia gratuita, psicópatas y asesinos en serie.

Los franceses han sabido defenderse al respecto, y así en los cines de la Rue des Capucines de París vi las películas francesas anunciadas con gigantescos carteles, y las americanas en diminutos... lo contrario que aquí hacemos. Los franceses han preservado su concepto de la literatura, tienen una literatura propia, valiosa y diferente. Porque nosotros, que tenemos la literatura más rica del mundo, hemos caído en la literatura de entretenimiento vulgar y best seller que nos invade, frente a la verdadera creación que siempre ha caracterizado a nuestras letras.

No quiero que nadie me malinterprete. Adoro la música norteamericana desde finales de los años 60 a hoy. Y los USA de los años 70 me fascinaron. No hay el menor asomo de antinorteamericanismo en mis palabras. He visitado muchas veces los Estados Unidos, donde tengo buenos amigos, y donde he documentado muchos de mis libros en sus maravillosas bibliotecas universitarias. Guardo magníficos recuerdos de esas experiencias.

Sin embargo, creo que de Estados Unidos debemos aprender la visión democrática de base, los avances en ciencia y tecnología, las ideas en economía. Pero creo sinceramente que la explicación de la transformación cultural que estamos sufriendo se debe a que copiamos sus modelos culturales, que son inferiores a los nuestros: Europa tiene una más larga tradición, por ser una civilización más antigua, y es la verdadera cuna de la cultura, que ahora me parece amenazada, fagocitada por esa mímesis, que viene de la mano de la influencia de las compañías tecnológicas. Con ello corremos el riesgo de perder nuestra originalidad creativa, con toda su riqueza.

¿La solución, para los que no compartimos esa visión de la cultura? No es fácil. Nos cabe el recurso de encerrarnos en los clásicos, en las librerías de viejo, en la gran música clásica... pero ello lamentablemente conduce al aislamiento, no revierte en una sociedad cada vez más ignorante, manipulada e incluso violenta...

Estamos perdiendo la batalla de la cultura... pero la cultura en sí misma tiene la suficiente fuerza para renacer más adelante...

Por eso quizás lo único que nos cabe es trabajar y crear para más allá del tiempo... sin saber si, a la postre, nos devorará y olvidará ese Tiempo, que cabalga a una velocidad de vértigo, conforme avanza nuestro siglo XXI.

* Catedrático de Universidad y escritor