Estoy plenamente convencido de que los gobiernos y las leyes han hecho derramar más lágrimas que todos los oficialmente llamados «criminales» de la historia. La gente honrada, qué paradoja, se ahoga entre impuestos, recibos, multas y requerimientos. Hay que ser un héroe de verdad para salir adelante en un país de insondable burocracia y abuso, donde, tampoco me cabe duda, se hace más injusticia que justicia y, cuando esta, con evasivas, por fin llega, parece como si hubiera que postrarse y mostrarse infinitamente agradecido extra, privilegiado casi. Me lo dicen amigos ingleses: «Vivís en un país de recaudadores, donde todo es pagar. La sensación es asfixiante». La visión exterior es la de una España sometida, gobernada por Señorías cuyo propósito primero es moldear ciudadanos cobardes, conformistas, castrados, en lugar de individuos valientes, que son los que levantan las naciones (si de eso se trata). Ser libre no se lleva. Gritar «libertad» constituye poco menos que alta traición.

Si eres autónomo, empresario, artista, y haces lo que te gusta y no te dejas mandar, has de pagarlo caro pasándote la vida en la cuerda floja. Porque ese es el tratamiento justo, en líneas generales, que el sistema español ofrece a los emprendedores, a los «individuos», palabra esta demoledoramente devaluada en los últimos tiempos, donde todo parece existir gracias a la «colectividad», esa que (solo en masa) no cuestiona, que elige o acepta (hay que comer) un trabajo odioso a cambio de otra bonita palabra: es-ta-bi-li-dad, cuyo significado, ahora lo vemos, no guarda relación alguna con su definición. De la noche a la mañana, los señores dueños del cotarro cambian las piezas, los mecanismos, y te ves en la... Iba a decir la calle, pero tampoco tienes derecho a eso. Mejor quédate en casa, o muérete pronto, previo pago de una PCR. Aunque también puedes resistir y echarle huevos, u ovarios, glándulas exclusivamente tuyas, paradigmas del valor individual.

* Escritor