La Biblia, el Libro de los libros -la Palabra de Dios, revelada en el corazón de la Historia-, distingue entre «tiempo» y «momento». El «tiempo» es el cronológico. Es el tiempo que corre inexorablemente en nuestros relojes, o que viene fijado, me atrevería a decir «ensartado», en el calendario. Una especie de marco, algo extrínseco a nosotros. El «momento» (kairos), por el contrario, es el tiempo que yo capturo, que hago mío, al que doy un sentido, al que lleno de cosas importantes, que construyo, en el que realizo funciones fundamentales y que, por tanto, llega a ser decisivo para mí. Además de la contabilidad numérica, existe una contabilidad de tipo sapiencial, que registra los días, no en base a su sucesión y cantidad, sino por los «contenidos», los valores que el hombre pone dentro de él, por los objetivos que vive. Sirva este pequeño pórtico para el recuerdo de aquella 26ª Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, ahora que se han cumplido 10 años esta semana y hemos vuelto a recordar no solo el «tiempo» pasado sino los «momentos vividos». Una década después, resulta interesante echar una mirada atrás a lo que significaron aquellos días y qué huella nos dejaron. Así lo ha hecho Pedro José Rodriguez Rabadán, en su libro ‘Huellas de una tormenta’, en el que recoge una veintena de testimonios anónimos y algunos también de personas que participaron en la organización, como el de una chica que pudo comer con Benedicto XVI, un matrimonio que comenzó su camino de conversión al ver lo que pasaba en el Retiro en la Fiesta del Perdón, un joven que descubrió su vocación al sacerdocio, voluntarios que se conocieron ayudando a los peregrinos... «Pero posiblemente, el momento más intenso de la JMJ de Madrid -afirma el autor de este libro- fue el de una tormenta brutal que convirtió Cuatro Vientos en un lodazal y un viento que derribó hasta la Cruz, que coincidió con la Adoración al Santísimo. Se hizo un silencio sepulcral de millón y medio de jóvenes. Fueron minutos de una intensidad descomunal, en los que un fuerte aguacero obligó al Papa a interrumpir su discurso. Al reanudarlo, regaló un mensaje escueto y claro a los jóvenes: «Vuestra fuerza es mayor que la lluvia». Han pasado diez años y los ecos de aquella Jornada Mundial de la Juventud no se han apagado sino que han ocupado de nuevo, a lo largo de esta semana, artículos en los periódicos y pliegos en las revistas de información religiosa. Me gustaría seleccionar de aquellos discursos pronunciados por el ahora papa emérito, Benedicto XVI, tres hermosos mensajes. Primero, «España es una gran Nación que, en una convivencia sanamente abierta, plural y respetuosa, sabe y puede progresar sin renunciar a su alma profundamente religiosa y católica». Segundo: «Esta madrugada -se refería a la de la tormenta- habréis levantado los ojos al cielo más de una vez, y no solo los ojos sino también el corazón. Eso os habrá permitido rezar. Seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe». Y el tercer mensaje tuvo la fuerza de la mirada de Benedicto XVI a los jóvenes, diciéndoles: «Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos. Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena». Han pasado diez años de aquella JMJ de Madrid. Se han desatado muchas «tormentas» como la de aquella noche en Cuatro Vientos. Pero el vendaval del Espíritu continúa alentando a un mundo acorralado y temeroso. El reto es superar todos los miedos.