De bebés nos expresamos con grititos o llanto cuando queremos expresar un sentimiento que no nos es conocido o cuando queremos que los otros sepan que algo nos hace daño o no nos gusta. Es un lenguaje simple, carentes de sintagmas, y repleto de las emociones que nos desbordan cuando descubrimos un nuevo sabor, un nuevo olor o un dolor repentino y punzante en algún lugar de nuestro cuerpo que ya entendemos como propio. Luego, vamos creciendo y repetimos las palabras que oímos y que no comprendemos: papá, mamá, ajó, agua, yayo, yaya, tata... y poco a poco comenzamos a construir un sencillo vocabulario con el que nos hacemos entender y que se reduce a nuestro estricto entorno familiar, donde la comodidad y el cuidado hacia nuestros pequeños cuerpos es constante y repleto de cariño.

En esos primeros meses de nuestra vida, y de forma mayoritaria, desconocemos qué es el odio o el tedio, porque nadie quiere hacernos daño y todo se dispone para que el bebé esté lo suficientemente alimentado y entretenido, saludable y sonriente, y las primeras palabras que pronuncia son saludadas con mucha algarabía por parte de sus mayores, quienes al comprobar su correcto aprendizaje se llenan de palmadas en la espalda al entender que el bebé es «normal» y el bebé, que no sabe lo que es ser «normal», todo lo festeja con sonrisas y efusivos gestos que ha visto en los rostros de sus mayores y que ya imita con gracia e inocencia.

Pero el tiempo de ser bebé cubre un periodo muy breve porque enseguida llegan otros bebés y, si en la casa no hay más bebés, sí hay molestos primos que son algo mayores, más guapos y divertidos y son los preferidos de los yayos y el bebé, que ya no es bebé, conoce el vocabulario y las palabras que hacen daño porque las ha escuchado e incluso las ha sentido y sin saber por qué lanza contra sus primos, que fueron bebés como él, un «sois malos» que solo expresa su dolor por no ser el preferido, por no ser el más guapo, y esconde la rabia que le invade al descubrir que su llanto ya no conmueve ni sus quejidos provocan algarabías y sus palabras son las mismas palabras que pronuncian el resto de los niños que hay a su alrededor, así que a pesar de su corta edad entiende que está solo y que aquellos que tanto lo cuidaron y mimaron lo han olvidado justo en el momento más crucial de su vida: además de los primos, está la guardería y todos esos niños gritando y pegándose y aprendiendo a ser mayores. El niño que fue bebé decide dejar de hablar porque no tiene nada que decir y piensa sinceramente que nadie quiere escucharlo, porque el llanto de otro bebé llena la casa y el calor de los días y su llanto es tan fuerte que todo lo oculta, incluso las palabras que nuestro bebé ha decidido comenzar a desaprender.

* Escritora y periodista