El mes de julio abre para mí un tiempo de efemérides que preferiría no tener que celebrar. Se concentran en este período los aniversarios de las muertes de grandes amigos; entre ellas, muy señaladamente, la de Joaquín Matínez Björkman, acaecida el 10 de agosto del año 2000. Fuera del ámbito personal, también se cumplen hoy los 85 años de una muerte que, por su carácter trágico, marcaría el ámbito de la cultura española y de las letras universales. Me refiero al vil asesinato del dramaturgo, prosista y gran poeta andaluz, adscrito a la Generación del 27, Federico García Lorca (1898-1936). En mi memoria, su fusilamiento estuvo rodeado siempre de un halo de misterio, desde que tomé conciencia de él durante mis estudios de Bachillerato a través de mis maestros Ricardo Molina y Luisa Revuelta. Más tarde, en la Hispalense, pude ahondar más en el asunto a través del magisterio de los catedráticos Francisco López Estrada, Pedro Manuel Piñero Ramírez, Antonio Rodríguez Almodóvar, José María Capote Benot y Juan Collantes de Terán. Sus enseñanzas me permitieron saber algo más sobre ese breve lapso de tiempo transcurrido desde que el poeta salió acompañado de la Guardia Civil y de Ramón Ruiz Alonso de casa de los hermanos Rosales, amigos personales y destacados falangistas en la ciudad de la Alhambra, hasta el momento de su muerte. Por aquellos años conocí las investigaciones de Brenan sobre tan turbio episodio. Al hispanista británico debió de resultarle complejo iniciar aquella investigación en Granada, junto a Gamel, rematada años más tarde por Claude Couffon, A. Penón (aun cuando sus apuntes no vieran la luz hasta fecha más reciente), Ian Gibson o mi admirado Antonio Ramos, periodista de raza y director durante años del Diario CÓRDOBA, en cuyas páginas colaboro desde hace casi diez lustros.

Supongo que a todos les resultará lacerante evocar cuanto ocurriera en aquella trágica madrugada del 19 de agosto de 1936, en la que el poeta de Fuente Vaqueros cayó asesinado. Al esclarecimiento de esa ejecución y de los días que la antecedieron se han dedicado miles de páginas, algunas de ellas firmadas por ilustres hispanistas. De otra forma, tan deplorable hecho se habría perdido entre la bruma que arroja el paso del tiempo, o bien por el temor de quienes pudieron tener algún interés en deformar lo realmente sucedido. Aquello, sin duda, fue un crimen político en el que confluyeron antagonismos y disputas en el pueblo de Asquerosa (más tarde, Valderrubio) o la conocida homosexualidad del poeta, amigo siempre de los más desfavorecidos. Por ello, su desaparición golpeó brutalmente la percepción de cuantos admiraban su obra universal y su compromiso social. No alcanzo a imaginar lo difícil que le resultaría a Federico asimilar lo que le estaba aconteciendo por aquellos días, al igual que a sus ocasionales acompañantes: el maestro de Pulianas Dióscoro Galindo o los banderilleros anarquistas Arcollas y Galadí, a quienes fusilarían tras obligarles a cavar su propia fosa. Conocemos el desconsuelo del poeta, al que se le habían quitado hasta las ganas de alimentarse, desde que fuera llevado detenido al Gobierno Civil, dos o tres jornadas antes del asesinato. Fue entonces cuando se recibió el placet de Queipo de Llano con su célebre frase de «café, mucho café», acerca del poeta. Su último día debió de resultarle eterno.

El poeta que yace bajo el ancestral y solitario olivo mantuvo un vínculo estrecho con la ciudad de Córdoba, tanto por sus escritos como por los amigos que dejara en ella. Entre estos, Manolo Carreño, el pintor Aguayo, Antonio Gracia, Burón Barba, Francisco Valverde, Antonio Ortíz Villatoro, Juan Bernier o José María Alvariño, su alma gemela y linotipista en ‘La Voz’, creador de ‘Canciones Morenas’ (1934-1935) y seguidor más adelantado del poeta granadino. Este 28 de octubre se cumple el 85 aniversario de la muerte de este último, tras su aciaga excursión en el camión de don Bruno, personaje de trágico recuerdo para esta urbe dormida. Ciudad que tanto sería paseada por Federico mientras visitaba sus centenarias tabernas, en las que descubrió el misterio de la oscuridad junto a algunos de sus entrañables incondicionales. Afirmaba Ramos Espejo que «Córdoba para morir. Y Granada... También como un jinete desesperado, Alvariño siguió al amigo en el mismo itinerario de la muerte». La Negra Sombra que, por manos asesinas, también se llevara por aquellos días de agosto al librero Rogelio Luque, al maestro García Lara, al impresor Francisco Mármol Castro, al jurista Rafael López Cansinos y a tantas figuras más de la intelectualidad cordobesa. Lo mismo sucedió en la facción contraria, donde fusilarían igualmente a un gran número de personas inocentes, eclesiásticos o no, víctimas de la venganza e intransigencia de aquellos desgarrados años de nuestra contienda civil. Para todos, valga este modesto recuerdo.

* Catedrático