Suele haber en cada pueblo de costa una caseta coronada con el letrero «Feria del Libro», al final de la calle principal o en el paseo marítimo. Son las mismas casetas que aparecen en las ferias del libro antiguo y de ocasión, más de lo segundo, a menudo con los mismos títulos. Las costeras empiezan, de izquierda a derecha del expositor central, con sudokus y crucigramas y alguna revista de ajedrez de cuando Bacrot batió el récord, a un euro. El precio aumenta paulatinamente conforme se avanza. Dos euros para manualitos de fútbol o tablas de gimnasia, artes marciales y dietas comprobadas. Tres euros para novelas y ensayos que parecen como arrojados a una fosa común, flotantes algunos ilustres incorruptos sobre el limo de la descomposición del resto de cadáveres (’Las Ninfas’, verbigracia, nicho con nicho junto a majaderías sobre los francmasones o la educación del perro). Cuatro euros para el segmento más amplio, en el que de pronto los títulos se agrupan por editoriales o colecciones, con saldos interesantes de la innecesaria colección de kiosco de Anagrama, con su dorado sucio; o restos de Edhasa que tal vez se vendan al triple en librerías, o ediciones de bolsillo de firmas a medio bruñir, que invocan una sorprendente nómina de galardones desconocidos en la contraportada; o las tiradas hambrientas que premian los premios en los que la autora cede todos los derechos (esa voracidad inexplicable de los ayuntamientos, ¿para qué los quieren?) a cambio de verse publicada y naturalmente sin un céntimo, o novelas históricas-románticas-fantásticas-eróticas-revolucionariaseindespensables que están a cuatro y no a tres, creo, por la decisión de la calidad del papel que se hizo en su momento y porque no se publicaron en los primeros noventa.

Siguen a 5 y 6 ediciones de clásicos. Obviamente aquí hay cosas, y ese metro cuadrado debe de vender más que la librería del pueblo. Compré un par y ambos libros son terceras ediciones, la última de 2018, así que tienen público, y me alegro. Cuántas lecturas de clásicos no habrán nacido de que todo Sherlock Holmes sea más barato que media de ensaladilla. Una bolsa llena, en fin, podría aventurarse en el expositor trasero y los libros infantiles, con rebajas más dudosas porque siendo la literatura que más se vende y que siempre se vende, pues por qué iba a rebajarse, ya sea la moderna (los infantiles) o la de los expositores traseros (los infantiles de hace cincuenta años).

En el extraño ciclo de vida de los libros, verdaderos parásitos cerebrales o del corazón que el autor o se arranca o se va cambiando de vena, por verlos alumbrados bien nutridos; que pasan de ese calor, con suerte, al bisturí y las friegas, y van a imprenta (sisados al Taigeto o el Tíber tal vez), y de ahí unos a la gloria y las bibliotecas y otros a la basura; enternece verlos caídos en desgracia o al final de su vida, como me ves te verás, saldados o profanados. Y esperanza: igual dentro de doscientos años, nos saldan a todos con Dostoyevski.

* Abogado