Nos encontramos en el corazón del verano, con la sensación de que nada es lo que era, a pesar de que nos empeñamos en que todo sea lo mismo. El mundo gira en torno a mil incógnitas, los «momentos históricos» se suceden, y lo que es peor, dos grandes y terribles dragones intentan devorarnos: por una parte, la pandemia que no cesa y, por otra, el llamado «totalitarismo silencioso». Se alzan pronósticos de gran desaliento: el coronavirus no se va, se queda «contra nosotros». Reverdece por todas partes, a pesar de las vacunas. Y trae atónitos a los dirigentes de la sanidad y al mundo científico, que continúan buceando a la búsqueda de soluciones. Para colmo, España es el país que a ojos de la UE nunca controló la pendemia. Y en el fragor de tantas batallas como tiene que librar la sociedad de hoy, el peor enemigo de todos, el que nos acecha con el viejo embrujo de siempre, ese nuevo «poder» que se ofrece para servirnos, cuando en realidad lo que busca es someternos a sus leyes y principios. La denuncia la ha formulado Rod Dreher, uno de los críticos más audaces del conservadurismo americano, el autor de moda que nos alerta contra «el totalitarismo silencioso actual». A Rod Dreher, en España lo conocimos en 2018 por ‘La opción benedictina’, y su nuevo libro, ‘Vivir sin mentiras’, editado por Encuentro, llamado a convertirse en referencia ineludible para que podamos captar las nuevas horas que marca el reloj de la historia. La tesis de Dreher es una gran denuncia: que «el totalitarismo silencioso actual es peor que el antiguo comunismo soviético, porque no resulta tan evidente. Un sacerdote eslovaco lo expresó bien cuando dijo que, bajo el comunismo, el Evangelio brillaba con una luz clara que atravesaba la oscuridad, pero en lo que tenemos ahora, la luz solo golpea la niebla. Es mucho más difícil para la gente percibir la «naturaleza totalitaria» de esta ideología emergente, porque, a diferencia del comunismo, no busca forzar a la gente a través de la violencia.

Sus métodos son más suaves, pero igualmente totalitarios, porque no puedes disentir abiertamente de ninguna parte de esa ideología y al tiempo estar a salvo en tu trabajo o en cualquier otro aspecto de tu vida». No hace mucho tiempo, el papa emérito Benedicto XVI, con su visión clarividente de los caminos de Dios y de los entresijos de la historia, lo denunció en múltiples ocasiones, hablándonos y explicándonos con detalle la «dictadura del relativismo», que «no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos». En su nivel más básico, subraya Rod Dreher, «una sociedad totalitaria es aquella en la que solo se permite una ideología politica, y todo es político», destacando que da igual que este precepto se haga cumplir con violencia o con «métodos blandos», como «despedir a personas de sus trabajos, destruir su reputación y hacer que todos tengan miedo a disentir». Ahora, quizás, en este ambiente vacacional, sea el mejor momento para dedicar unos minutos a la reflexión, dándonos cuenta de lo que de verdad importa. Mientras tanto, prestemos atención al grito de Alessandro Pronzato, sacerdote y escritor de gran alcance: «Vivid, ¡qué caramba! Vivid para la vida. No viváis para la nada. La vida corre veloz. No despachéis la vida como un asunto de ordinaria administración. La vida es corta. Empujaos lejos desde vosotros mismos. Vivid a la luz del sol. Tened el gusto de vivir». Y la pregunta surge espontánea: «¿En qué dirección va nuestro corazón?». Que seamos nosotros los grandes protagonistas, no las «imposiciones totalitarias».

* Sacerdote y periodista